El
caserón se ha llenado de una luz inusitada, y un balbuceo infantil inunda las
estancias. La llegada de una criatura nueva despierta la ternura de la vieja
niñera que tararea una nana para velar su sueño. Pero no puede tocar el
cuerpecito con olor a pan mientras el llanto de una madre aterrada quiebre los
cristales de las ventanas y haga crecer telarañas en su delantal de encaje.
Paciente,
le recordará cada noche que está ahí para cuidar de su bebé. Al final, la
locura siempre hace ceder a los vivos.
Y ella podrá regresar a la torre para poder coser sus ojitos de botón, como a todos sus niños.
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