El
día del accidente, las manecillas se desplomaron en tu reloj de pulsera para
marcar eternas las seis y media. Y el tiempo, con su obscena crueldad, ha
seguido avanzando impasible. Até cada aguja que encontré al instante señalado
con los lazos de tu pelo, y he dejado encerrado en tu dormitorio infantil al
pájaro cuco, que, desconcertado, ya no puede cantar las horas en punto. Hoy he
intentado subir hasta la torre del ayuntamiento para silenciar el carillón que
devora los minutos que no controlo, pero tu padre me lo ha impedido.
Yo
le he gritado que, aunque me cueste la vida, mantendré intactos tus sueños
donde los dejaste dormidos.
Hasta
que consigas despertar.
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