Mientras yo llenaba
nuestras copas de vino, tú te dedicabas a cocinar. Aproveché aquella oportuna
invitación a cenar para decirte que me casaba. Debías ser la primera en
saberlo. En plena exaltación de la amistad besé tus mejillas, y el sabor de tu
piel en mis labios me hizo buscar tus ojos.
―Maldita
cebolla ―murmuraste.
Entonces comprendí.
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