Querida abuela:
Hoy al fin cumpliré la promesa que te hice. Terminé la pieza musical que comenzamos a escribir juntas y que, con fe infinita, pusiste en mis manos. Entonces no entendí la premura por hacerme volar sola, pero las imágenes del pasado regresan ahora con nitidez. Recuerdo las partituras siempre desordenadas encima de la mesa, como una sinfonía muda en eterna espera. Tú copiabas sobre los pentagramas cada nota perdida, sin desistir en la rutinaria tarea.
«No quiero olvidar», respondías ante mi expresión interrogante. Tu puño dibujaba trazos seguros y firmes en el papel hasta que, un día, el brillante azul de tus ojos tornó en un apagado gris, y dejaste de crear las melodías que llenaban la casa de música. Pero nadie me explicó por qué te estremecías al detenerte al lado de tu piano. A los niños nadie les cuenta nada cuando los cambios se avecinan. Sin embargo, las preguntas volaban inquietas dentro de mí a medida que pasaba el tiempo.
Al llegar el otoño, los acordes ya habían olvidado cómo debían sonar bajo tus dedos, y el invierno secuestró las horas que pasabas acariciando aquellas teclas. Cuando la banda sonora de tu vida empezó a desafinar en tu memoria, supe de tu enfermedad; ya apenas solicitabas mi compañía para tocar juntas. Perdí a mi maestra, pero tú permaneciste como siempre en nuestras vidas, con los pensamientos dormidos y el corazón despierto. Mamá dice que a veces la lucidez te ilumina el rostro, que la llamas por su nombre, y tarareas las composiciones que mil veces robaste a tu piano.
Hoy regresaré a casa de nuevo para celebrar tu cumpleaños, pero esta vez dejaré mi carta sobre tu regazo, en el mismo lugar donde dejaba mis abrazos siendo niña. Desplegaré las alas que tú me diste y tocaré para ti, con la secreta esperanza de devolverte los recuerdos en clave de sol. Y cuando tu mente despierte, aunque sea por un instante, estaré esperándote para decirte cuánto de ti dejaste en mi interior.
Con todo mi amor, tu nieta que te quiere.
Marina
No hay comentarios:
Publicar un comentario