Mi padre se llama como yo, y yo me llamo como mi hijo, le explico al empleado del registro, que me mira poco convencido.—¿Y cómo dice usted que se llama él? —pregunta escamado.—Pues verá, esa es la cuestión —respondo—, porque el muy tunante no ha querido soltar prenda. En un ataque de rebeldía, mi primogénito ha pensado que ya ha soportado demasiado cargando con el lastre de su antiguo nombre, y ha decidido remediar lo que él insiste en llamar un despropósito familiar. Pero es que nosotros somos muy de tradiciones, y lo de compartir onomástica de generación en generación nos lo tomamos muy en serio. Aunque ya me avisó mi mujer que hay ocasiones en que ciertas costumbres no compensan el castigo. De modo que, al parecer, ha decidido vengarse y dejar coja nuestra dinastía. Y eso no, ve usted, aunque sea con otro nombre, pero yo al abuelo no le doy ese disgusto.—Pero sin su permiso no puedo darle esa información —responde el funcionario, con los ojos como platos.—Entonces deje que indague un poco más. Eso sí, borre usted de momento el de ahora. Con padre anónimo no habrá problema, el hombre ya está medio sordo; lo complicado va a ser, mientras tanto, cuando mi parienta empiece a reclamarme a voces y yo ya no me dé por aludido.
Finalista en el V Concurso de Microrrelatos de la Fundación Pública Gallega «Camilo José Cela».
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