Con
su regalo, descubrí que la vida cabe en una pequeña lata de golosinas. Aquellos
caramelos habían sido sustituidos por una suerte de botones, de distintos
tamaños y formas, que mamá había conservado con esmero. Los azules de mi uniforme
escolar, los de madera de mi trenca favorita, los redondos y nacarados de mi
vestido de novia...
Atrás
quedaron las tardes de labores en casa, llenas de confidencias y puntadas. Pero, a pesar de que nunca más
volví a armarme de aguja e hilo, encontré en aquel set de costura trocitos de
un pasado que me devolvían al hogar cuando los ponía sobre mi mano.
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