Fuera
soplaba un viento desangelado, de esos que anuncian los primeros fríos del
invierno. Me despertó un familiar olor a menta y a tabaco de pipa. Entonces,
descubrí al abuelo mirándome preocupado a los pies de mi cama. Aturdido por el
sueño, lo seguí hasta la entrada, y allí se quedó expectante durante unos
minutos; después, se alejó caminando por el pasillo.
Varias
noches repitió el mismo ritual, y empecé a inquietarme por esa persistente
visita nocturna. La última vez, una helada ráfaga de aire abrió la ventana, y
al fin comprendí.
Corrí
hacia el desván y recuperé su elegante mascota de fieltro gris. Apenas hacía
una semana que mamá lo había puesto allí. Lo dejé con cuidado en el perchero
del recibidor y me acosté. Recordé que, en aquella época, jamás salía de casa
sin su sombrero. El abuelo, al fin, pudo marchar feliz.
María, un microrrelato nostálgico que te agarra con la sorpresa final en el inicio y te suelta con una sonrisa feliz el desenlace. Y es que, por muy lejos que uno se marche, siempre quiere partir, sea donde sea, con sus objetos fetiches.
ResponderEliminarBuen micro.
Abrazos.