Cada atardecer, la estatua del soldado la observaba leer en el jardín. Durante unos minutos proyectaba su sombra para acariciarla. Se deslizaba por su cuerpo, despacio; después el tiempo se la arrebataba de nuevo. Nadie percibió nunca cómo caían sus lágrimas pétreas los días nublados.
Se desliza el alma en la húmeda espesura, en el juego del tiempo muerto y la mente esquiva. Entra en este jardín secreto, de caminos y veredas dormidas. Este es el lugar donde trepan los sueños y se enredan los silencios de madreselvas y orquídeas. Ven al jardín de las mil palabras y la lengua muda; en su fresca penumbra te espero, sueño y vivo.
miércoles, 15 de enero de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
María, este microrrelato yo diría que ya lo leí y me ha gustado tanto como la primera vez. Y es que conjugar sombras, estatua, relojes, amor, deseo... en un mismo texto y salir tan bien parada no es tarea sencilla. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarAbrazos.