Ilumino con una vela
nuestros encuentros y, mientras se consume, nos derretimos juntos. Cuando la
luz se apaga, nuestro tiempo se agota, me besas, y te vas. Hoy aún
quedaba un pequeño resplandor rojo en tus mejillas cuando decidiste marcharte.
Entonces lo supe: te estaba perdiendo.
Maria, este micro recuerdo haberlo leído en otro lugar y con otra firma. ¡Ay, qué Pereza!
ResponderEliminarLa fugacidaz también puede ser eterna.
Grandes Justas las tuyas.
Saludos.