Cuánto
había deseado conocerla en persona. Aquella noche debía ser perfecta. La luz de
las velas, la conversación animada, y su sonrisa. Supe que todo se iría
al traste cuando, nervioso, tiré el salero accidentalmente. Ella, en el mismo
estado, derramó una copa de vino sobre la mesa. Pasó sus dedos por el cristal
para recoger algunas gotas y perfumar su cuello con ellas.
―¡Alegría!
—Rió, divertida. Cuando, al final de la noche, mis labios probaron el sabor del
tinto en su piel, me sentí capaz de superar cualquier cosa. Hasta de pasar por
debajo de una escalera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario