Desde
hace un rato el lugar huele distinto. Tal vez a pan recién hecho o a talco con
aroma de rosas. Siguen su rastro entre las violetas y los crisantemos.
Finalmente, las almas en pena encuentran el origen. Un niño se ha colado en el
cementerio.
Se desliza el alma en la húmeda espesura, en el juego del tiempo muerto y la mente esquiva. Entra en este jardín secreto, de caminos y veredas dormidas. Este es el lugar donde trepan los sueños y se enredan los silencios de madreselvas y orquídeas. Ven al jardín de las mil palabras y la lengua muda; en su fresca penumbra te espero, sueño y vivo.
sábado, 9 de diciembre de 2017
miércoles, 29 de noviembre de 2017
Naufragio
El silencio solo fue la
punta del iceberg. Bajo la enorme frialdad de sus ojos se escondía un vacío que
nos mantenía a flote a duras penas. El último portazo quebró la nave en la que
nos habíamos embarcado. El desamor pesaba demasiado.
jueves, 23 de noviembre de 2017
miércoles, 22 de noviembre de 2017
Al tirar del hilo
Solo
era eso: una pequeña pelusa en el borde de sus párpados. Tiré con suavidad y se
deshilacharon sus pestañas. La hebra se alargó hasta la comisura de sus labios,
donde descosí una última sonrisa. Al llegar al corazón, el ovillo era puro
enredo. No me amaba.
martes, 19 de septiembre de 2017
Sonata del olvido
Con
el tiempo, Martín dejó de reconocer a su esposa que, como una sombra, se
difuminaba ante sus ojos. Solo parecía calmarse al descubrir un violonchelo en
la curvada silueta de sus caderas, o adivinando en su cabello las delgadas
cuerdas de un arpa. Entonces la música trepaba por su memoria hasta despertar
sus dedos, que ansiaban crear, al rozarla, una familiar melodía. Ella aguardaba
paciente, tumbada a su lado, a que el viejo compositor pusiera fin a su
partitura con un beso de media noche.
Publicado
en la Antología Canyada D'art 2017
domingo, 13 de agosto de 2017
La viajera
Dicen
que camina silenciosa por senderos de tierra, que sube calles empedradas y baja
avenidas de asfalto, y que sobre la piel lleva tatuados los mapas de mil
paisajes recorridos. Nadie sabe de dónde partió ni hacia qué lugar se dirige,
pero jamás se detiene.
Los
niños juegan al borde de un camino que ella dibuja con sus pies y se aventuran
tras su rastro, como ratoncillos bajo el encantamiento de una flauta. Solo las
mujeres, con su instinto maternal, acuden prestas al rescate y le ruegan que
marche pronto.
No
conoce la soledad. Siempre encuentra algún joven temerario que decide tomar su
mano en las rutas más escarpadas. Pero es ella quien escoge a quien dormirá al
abrigo de su cuerpo cuando llega el ocaso.
Hoy,
cuando las agujas del reloj marcaban la hora más oscura, vimos su sombra cruzar
la plaza del pueblo. Entonces supimos que padre nos dejaría esa noche para
emprender, de su mano, un último viaje.
martes, 1 de agosto de 2017
Timidez
El verano invita a mi vecino noctámbulo a contemplar las
estrellas. Cada noche abandona su buhardilla, escala por el tejado y se sienta
allí como un gato callejero. Mientras yo estudio en mi dormitorio, él observa
la luna. Hace unos días me descubrió y dejó de mirar el cielo para hacerme
compañía en silencio. Desde entonces, acudimos puntuales a nuestra cita
imaginaria. Nos sonreímos en la distancia, y una conexión invisible llena de
palabras el espacio que nos separa.
Aún bajamos la mirada cuando nos cruzamos por la calle porque,
aunque la altura nos da alas, ninguno se atreve a saltar.
Æterna fidelitas
La
reina envolvió el cáliz de ónice con un paño de lino, lo escondió en su regazo
y salió del monasterio de La Caridad acompañada del abad. El gran número de
peregrinos que se había congregado para salir desde Ciudad Rodrigo en
dirección a Gallegos de Argañán les permitió pasar desapercibidos. La Corona
había llevado a cabo la construcción de nuevos puentes que facilitaban el
camino por Portugal a los cada vez más numerosos devotos de la comarca. Cuando
se hubieron alejado lo suficiente, se detuvieron para recuperar el aliento y
comprobar que nadie les seguía. Ella sabía que el silencio del obispo, que
conocía su presencia de incógnito en aquella ciudad tan alejada de León, habría
de costarle el señorío de alguna aldea. Pero era un precio que estaba dispuesta
a pagar.
Había
dado instrucciones precisas al mensajero sobre el punto de encuentro y comprobó
que todo iba según lo previsto, cuando el sonido de unos cascos anunció la
llegada del jinete. El caballero que esperaban descendió de su montura y clavó
la rodilla en tierra, postrándose ante ella.
―Majestad
―saludó, inclinando la cabeza―, sabed que acudo con presteza a vuestra llamada,
como fiel vasallo. Podéis disponer de mi espada y de mi escudo para cumplir la
misión que tengáis a bien encomendarme.
La
monarca le hizo un gesto con la mano para que se pusiera en pie y miró de
soslayo el blasón que portaba en el pecho: un dragón bicéfalo con los ojos
definidos por cuatro rubíes, con enormes alas extendidas. Aquel símbolo era el
fiel reflejo de la naturaleza valerosa y decidida del hombre que tenía frente a
sí. No había sido ella quien lo había elegido para aquella secreta tarea, sino
el viejo fraile que la acompañaba. El religioso había insistido en que la
custodia de la sagrada reliquia debía estar en manos de aquel hombre. Había
razones para ello que le habían sido reveladas en los viejos pergaminos del
monasterio mostratense, y en aquel momento era de vital importancia respetar
las advertencias contenidas en las ancestrales escrituras por el bien del reino.
El anciano percibió el intercambio de miradas que la reina y el caballero
cruzaron durante un breve instante, y constató que la complicidad entre ambos
se había forjado mucho antes de aquel encuentro.
Ella
dejó a la vista el cáliz, y advirtió al caballero del grave peligro que suponía
la presencia en la ciudad de aquel regalo llegado de Egipto. Si alguien
descubría que el Santo Grial estaba bajo su custodia, su posesión se
convertiría en objeto de deseo de cuantos ansiaban conquistar el mundo. Era un
arma demasiado poderosa y debía hallarse fuera del territorio cuanto antes.
―Pelayo,
debéis salir con prontitud portando este tesoro ―pidió la reina―. La
estabilidad de mi gobierno depende de que vuestra misión llegue a término y
consigáis poner a buen recaudo esta valiosa pieza. Confío en vos para que
logréis este cometido. Nunca hasta ahora la integridad de nuestra patria recayó
en las manos de un soldado―. Guardó silencio durante un instante. ―El abad se
ha reservado, muy a mi pesar, participarme de los riesgos que este viaje os
supondrá, mas estoy segura de que regresaréis sano y salvo―. Lo miró con
preocupación. ―Ahora debéis partir sin demora.
Pelayo
asintió con una leve inclinación de cabeza, y recibió los detalles de su
destino por boca del adusto monje.
Antes
de que el primer rayo de sol asomara tras el horizonte, el caballero montó
sobre su cabalgadura, y salió al galope dejando atrás aquellas tierras. Debía
alejarse de allí y alcanzar el punto señalado en el camino hacia Campo de
Argañán antes del anochecer. La reina observó la figura del joven mientras se
alejaba, y no hizo ademán de regresar hasta que hubo desaparecido de su vista.
—¿Estáis
convencido de que hemos procedido con acierto? ―preguntó ella.
—Mi
señora —respondió el monje con firmeza—, vos sabéis, igual que yo, que no
podemos permitir que ese tesoro continúe aquí. Las consecuencias pueden ser
terribles; por eso es necesario que permanezca escondido hasta que llegue el
momento de traerlo de vuelta en condiciones seguras. Y sin duda ―continuó―,
hemos atinado en la elección del caballero. Solo alguien con el corazón puro
podrá vencer cualquier tentación.
—¿A
qué os referís? —preguntó la reina, con curiosidad.
―La
vida y la muerte están demasiado cerca la una de la otra cuando se trata de
desafiar a la inmortalidad, Majestad.
El
jinete galopó a través de la llanura, entre suaves colinas aisladas, antes de
adentrarse en un bosque en la ribera de Azaba. Lejos de sentirse arropado por
el verde follaje, una espesa niebla hizo que se le erizase la piel. Una
atmósfera densa y antinatural puso en alerta todos sus sentidos. Echó mano
instintivamente a la empuñadura de su espada. Algo estaba al acecho, podía
percibirlo. A medida que sus ojos se iban adaptando a la oscuridad que cubría
la arboleda, empezó a visualizar la silueta que se acercaba de frente. La forma
de una mujer que se deslizaba sobre el suelo hizo que intuyera de quién se
trataba; conocía a la joven hechicera. No era la primera vez que se cruzaban en
el camino, pero anteriormente ninguno de los dos había tenido intereses
comunes, y se habían respetado.
viernes, 7 de julio de 2017
Tal vez mañana
Relato ganador del IV Premio Literario de Cuento Corto “Madrid Sky”, de la Asociación “Primaduroverales, Grupo de Escritores”.
No acostumbro a entrar si no hay clientes. Así puedo pasear tranquila por la tienda mientras el propietario atiende a los otros compradores. Escuchar el murmullo de su voz en la distancia me permite moverme sin el sobresalto de descubrir el reflejo de su ojo de cristal destellando en cualquier vitrina.
En medio de la penumbra observo los extraños objetos expuestos en los estantes: pirámides de tres lados, minerales pulidos, pequeños frascos llenos de turbios contenidos. Nada reclama mi atención de manera especial. Sin embargo, estoy segura de que el impulso que me ha conducido hasta este lugar tiene una razón de ser; lo percibo en el aroma a incienso que lo llena todo. Una atmósfera hipnótica me anuda las muñecas con unas cuerdas invisibles que me retienen. Echo un vistazo a mi alrededor; todos parecen seguros de lo que desean adquirir.
En una esquina, descubro una mujer que suspira mientras escoge un filtro de amor. Los lamentos por su soltería rebotan como un eco por las paredes y se quedan prendidos en las costuras de su rancia vestimenta.
Un anciano de cabellos blancos discute con el dueño. Se queja de que las velas que le despacha son de tan mala calidad que ni la mecha se presta a arder. El hombre lo mira con el lento parpadeo de su único ojo y, con paciencia infinita, enciende una cerilla frente al cliente descontento hasta prender el pábilo de una vela. El viejo se acerca desconfiado a la luz. La llama oscila iluminando su rostro cerúleo y amenaza con quemar la fina telaraña de su barba. Duda. Blasfema. Y, finalmente, se aleja dejando una estela de palabras malhumoradas que caen sobre los libros de hechizos.
Nadie parece inmutarse por el alboroto. Cada cual deambula abstraído en su propia búsqueda. Solo el tintineo inesperado de unas campanillas en la puerta rompe ese halo de indiferencia.
Es Miguel. No logro entender cómo mi esposo me ha localizado. Parece que no se ha percatado de mi presencia, pues, al hallar al dueño del establecimiento, ha caminado hacia la trastienda. Ahora sé que no es a mí a quien busca.
Está distinto. Unas sombras bajo los ojos le oscurecen el gesto, y esas arrugas que desconocía han dibujado un mapa diferente en su rostro. Pero son sus manos, esas que tan bien conozco, las que delatan que algo no va bien. Están enrojecidas por la presión con la que mantiene sus puños cerrados. Me pregunto si su crispación tiene que ver con nuestra última discusión. Escoger un nombre para el bebé no debería habernos enfrentado, le dije que lo hablaríamos al llegar a casa. A casa…
No recuerdo por qué estoy aquí. De repente hay demasiado silencio. Las imágenes acuden a mi memoria en sacudidas: la lluvia en los cristales del coche, nuestras voces enfadadas, el vacío bajo las ruedas. Y esa extraña luz. La mirada huérfana del tuerto restalla como un látigo en mis pensamientos.
—¡Tiempo! —le grito al fin—. ¡Eso es lo que he venido a buscar! ¡Necesito más tiempo para vivir a su lado! ¡Para tener a nuestro hijo!
El hombre, con el semblante triste, me hace una señal para que le siga.
La pequeña habitación me es familiar. Miguel llora como cada vez que nos reunimos. Hoy tampoco podrá verme.
―Han pasado ya tres meses ―anuncia el mediador—. ¿Listos para despediros?
―Necesito más tiempo ―pronunciamos ambos a la vez.
―Hola, amor ―murmura él para sí con voz serena―. Tal vez mañana.
domingo, 18 de junio de 2017
De embrujos y debilidades
Finalista en el V Concurso de Microrrelatos Manuel J. Peláez
Yo, Ernesto Valenzuela, hombre serio y cabal por parte de padre,
me dejé embaucar como un niño por una chiquilla de pueblo. Enamorado de los
usos y costumbres de ciertos lugares con encanto, me aventuré a indagar en las
leyendas que acontecían en los frondosos parajes de Villaperdida del Campo.
Encandilado con el peculiar entorno, me fui a topar, en medio de
una vereda, con la más aburrida de las nietas de la aldea. Una jovencita de
pelo bravío y torneadas curvas, sometida al castigo de un impuesto veraneo
rural. Sin más entretenimiento que mi persona, andaba zascandileando todas las
mañanas, observando mis movimientos, hasta que, finalmente, enterada por otros
de mis intereses de cuajado erudito, me salió al paso con una historia del todo
inusual.
Por boca de su abuela y lengua del diablo, me vino a relatar la
extraña costumbre de las mujeres del lugar de reunirse en aquelarre las noches
de luna llena junto al estanque de los juncos. Sin nada que perder, y movido
por la curiosidad, me dispuse a asistir, sin invitación previa, a tal
acontecimiento. Mas, después de un buen rato de espera, no vi trajín alguno por
la zona indicada; tan solo un chapoteo en el agua me descubrió, bajo la
claridad más indecente, el cuerpo desnudo de la muchacha, que me sonreía con
absoluto descaro.
No me pregunten si fue el influjo de la luna o los calores de la
noche, pero, sin saber cómo, perdí la cabeza y el pudor entre los brazos de esa
fiera. Allí, ni meigas, ni calderos, ni hechizos. Me había engañado. La muy
bruja.
viernes, 28 de abril de 2017
El faro sin mar
En mitad del desierto, donde la arena quema los pasos y desaparecen los caminos, se alza el faro más imponente del universo.
Los forasteros que lo encuentran en la noche se preguntan por el sentido de su luz, pues las estrellas siempre brillan con más intensidad.
Pero los navegantes de dunas saben que el pequeño fuego encendido, allá en lo alto, permite a todo hombre llegar hasta él antes del amanecer.
Solo entonces, la sombra que proyecta durante el día les regala un sendero seguro, protegido del sol.
miércoles, 26 de abril de 2017
Pecado original
Cuentan que, cada tarde, el ángel guardián la observaba tomar el sol vestida de inocencia y desnuda de tentaciones. Su piel iba tostándose al calor de un astro recién estrenado, mientras su único compañero exploraba su cuerpo para apagar en ella una sed que ningún otro fruto del paraíso podía saciar.
Mas narran las lenguas bífidas que, el día en que la mujer se sumergió en el éxtasis, cruzó la mirada con el arcángel.
No supo Uriel del peso de sus alas hasta que Eva le sonrió. Y deseó que fuese suya.
Parece ser que aquel verano las manzanas maduraron pronto.
sábado, 22 de abril de 2017
Infierno musical
El
primer violín de la Sinfónica no es el mismo desde que tensó su arco sobre una
diosa de viento. Ahora, los acordes se tambalean por el alma de su instrumento
para detenerse, como temblorosas pompas de jabón, sobre la piel de la flauta
travesera. Su espíritu vibra en una fuga justo cuando ella, descarada criatura,
le sonríe maliciosa. Pero es ese condenado tatuaje descendiendo por su hombro
desnudo el que provoca el crescendo de sus notas y hace saltar chispas sobre
las cuerdas.
Ya
es la quinta partitura medio quemada de esta semana.
La
próxima vez, prenderá en llamas.
jueves, 5 de enero de 2017
Inocencia
La chiquillería de la casa espera impaciente la visita de los Magos de Oriente, aunque este año el pequeño Miguel aguarda lleno de incertidumbre.
Todo es revuelo y risas al llegar sus Majestades. Cuando el niño se sienta sobre las piernas de Melchor, se acurruca en su regazo y mete la nariz bajo la barba para aspirar su olor. El corazón le palpita a gran velocidad porque su duda se ha disipado. Lleno de emoción, sabe que tendrá que guardar el secreto frente a sus hermanos menores.
No puede contarles, aún, que papá es un Rey Mago.
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