miércoles, 31 de diciembre de 2014

El último vuelo




Muy señor mío:

Os informo que, cuando suene la última campanada, habré colgado mis alas. Dejaré, pues, a mis suicidas y a los nuevos emprendedores ejercer su libre albedrío como más les plazca. Quedará a vuestro criterio decidir si buscarme un sustituto.
Yo dejaría la plaza libre por pura curiosidad, porque os puedo decir que es mero hastío lo que me ha llevado a este punto. Pensé que el nuevo milenio aportaría ideas interesantes a los propósitos humanos, pero nada más lejos; ya me aburrí de ser la sensatez de conciencias insulsas.
Así que, esta vez, Raúl no escuchará mi voz animándolo a subir en la bici estática, ni convenceré a María de que este año acabará su eterna novela; tampoco sostendré los pies de Alberto, que cada uno de enero decide tirarse por el tajo de Ronda.
Deseo fervientemente que alcen el vuelo solos; unos caerán en picado, me consta, pero otros olvidarán las banalidades y crecerán. Yo, por mi parte, anhelo encontrarme con todos esos placeres terrenales que mi anterior naturaleza me negó. Os ruego encarecidamente no me detengáis, o me veré obligado a trabajar para la competencia. 
Con sus peores propósitos, se despide atentamente, 

Gabriel

sábado, 20 de diciembre de 2014

Las horas del destiempo



Mil veces se cruzan nuestras sombras sobre el mapa de la vida y, mientras deslizas tus caricias silenciosas por mi cuerpo, van desapareciendo las marcas de tus dedos como si nunca hubieras rozado mi piel, ni tus besos mi boca. Y, sin embargo, aquí estuviste dejando tus huellas. Eres real; indeleble. Lo  sabe el eco de mis palabras al nombrarte y la herida profunda de tu ausencia.
Se paran los relojes que secuestran el destino, y jugamos a esquivar las certezas. Es más sabio el deseo cuando sabe de placeres y libera ataduras.  Yo sigo el rumbo que anduviste en tu pasado, y tú aprendes a desandar mis miedos. Así nos encontramos: atrapando los sueños que nos son prohibidos.
Llueve en tu mundo cuando se hace invierno en mis labios; las estaciones se alargan, eternas, en la gris espera. Exilio el desaliento de mi noche, porque mis promesas aguardan que amanezca. Puede que hoy no alcances mi estela, pero anhelo paciente tu regreso. Volverán los segundos a rondar mi almohada. Tal vez algún día. Quizás... mañana. 


sábado, 6 de diciembre de 2014

Dime dónde estarás mañana



Abrí la puerta muy despacio y contuve la respiración. Percibí un inconfundible olor a rancio,  que se colaba por mis fosas nasales estrechando mi seca garganta. Los departamentos antiguos de la Facultad siempre olían de aquel modo. Por un instante, el pánico me paralizó y estuve a punto de volver sobre mis  pasos, pero una inesperada descarga de adrenalina se tragó cualquier atisbo de duda. No podía detenerme ahora, Cristina me necesitaba. Ignoré el vértigo y las ganas de vomitar y, con las manos húmedas, me adentré en una sala llena de muebles viejos y de polvo acumulado. Sobre el escritorio, montones de papeles amenazaban con deslizarse hasta el suelo y delatar mi presencia. Si me descubrían allí,  estaría perdida. "Solo será un momento", me animé.

Resultaba complicado orientarse en el interior del despacho de literatura árabe; apenas entraba luz por las ventanas a aquellas horas de la tarde. Me tomé unos segundos para recuperar el aliento. La intensidad con la que el pulso me bombeaba la sangre hacia las sienes apenas me dejaba enfocar con claridad, y ese maldito latido ensordecedor que venía subiendo desde mi pecho iba a volverme loca. Entendí que eso debía de ser el verdadero miedo. Un miedo cerval que volvía a paralizarme. Intenté alejar esa sensación de ahogo que mantenía mi estómago pegado al diafragma y bloqueaba todos mis reflejos; lo suficiente para permitir que mis pies se movieran hacia el segundo cajón de la carcomida mesa de trabajo, destinada al profesor interino.  

Estaba cerca. Tan solo debía llegar hasta allí y coger los documentos que había en su interior. Un calor abrasador ascendía por mi cuello, y me encendía el rostro. Un minuto. Solo necesitaba un minuto, y luego saldría de allí. Pero era pedir demasiado. Escuché un chasquido a mi espalda y comprobé, aterrorizada, cómo el pomo de la puerta empezaba a girar. En ese instante, realmente consciente del riesgo que estaba corriendo, vi pasar a toda velocidad los acontecimientos que me hicieron regresar de nuevo a la Facultad de Filología, apenas dos semanas antes. 

viernes, 5 de diciembre de 2014

Pobre diablo








Cada día mudas tu piel de azufre y escamas, y adquieres forma humana. Convertido en maestro, exhalas tu ancestral sabiduría henchida de experiencia, y murmuras que convertirás mi cuerpo virgen en un pecado para los mortales. Modelas así mi ingenio, mi alma y la cadencia de mis pasos. Contemplas, satisfecho, la voluptuosa tentación que es ahora discípula.
Al fin, rendida al placer, dejo sumisa que goces de tu obra. Cuando tu lengua bífida prueba mi néctar, ya es demasiado tarde para ti. Sonrío, maliciosa. 

Seleccionado y publicado en la Antología del II Concurso de Microrrelatos Eróticos, de la editorial  Ediciones de Letras. 

jueves, 4 de diciembre de 2014

Reminiscencias



Observo a la desconocida acunando a mi bebé, mientras un aire gélido atraviesa la estancia. Mi esposo acude silencioso; también la ve. No tiene miedo; acaricia a nuestro hijo y besa a la mujer. No consigo entender. 
Se gira para contemplar mi foto, antes de cerrar la puerta. 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Sin fronteras


Tribus nómadas llegaron desde los cuatro puntos cardinales para discutir dónde debía estar la capital del planeta. La reunión, convertida en una Torre de Babel, denotó la falta de entendimiento. Cada una marcó un pedazo de terreno a su alrededor y se declaró independiente. Fin de la utopía.

martes, 2 de diciembre de 2014

Dejad que los niños se acerquen a mí


Publicado en la VIII Antología “Calabazas en el trastero (Aparecidos)”, de Ediciones Saco de Huesos.

Desde el asiento del copiloto, miro a papá. Está blanco como el papel y parece haber envejecido muchos años de pronto. El ruido del coche subiendo a toda velocidad por el sendero de tierra llena todo el aire, pero apenas lo notamos. El silencio viene desde dentro y hace que me piten los oídos. Sé que a él le ocurre lo mismo. El mundo ha desaparecido ahí fuera. Un pensamiento oscuro nos está devorando. Estoy mareado.
Hace solo unas horas que subimos por esta misma cuesta por primera vez, pero ahora me parece que han pasado días. Cuando llegamos a media mañana,  el olivar ya nos esperaba a los lados de este camino lleno de arena; íbamos levantando un polvo tan seco y amarillo como los rastrojos de trigo que habían sido amontonados para ser quemados al atardecer. Casi atropella a un par de niños que se cruzaron de golpe en mitad de la subida.
Papá maldijo su estampa; estaba nervioso. Hacía una semana que había encontrado en Internet un trabajo temporal de topógrafo en aquella finca. Nunca había aceptado un encargo de esa manera, y no se fiaba,  pero hacía demasiado tiempo que no le salía nada, y mamá le dijo que había que agarrarse a un clavo ardiendo.
Ella le puso la mano en el hombro para calmarlo, y lo consiguió;  siempre tenía ese efecto sobre él. Todos teníamos los nervios de punta; llevábamos dos horas metidos en el vehículo, Elena había vomitado y, cuando al fin llegamos a lo alto de la loma, no teníamos claro si aquello de pasar todos juntos un fin de semana en el campo había sido buena idea. Al bajarnos, una bofetada de calor me dejó sin aliento. Agosto abría grietas en la tierra y también secaba los pulmones; en aquel cortijo perdido en medio de ninguna parte, aún más.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Grandes desafíos


  
                                    

Me maquillo frente al espejo y, por primera vez en diez años, de nuevo me reencuentro con mis propios anhelos. Tú me miras sonriente, y siento que tus miedos se mezclan con los míos. Vuelvo a trabajar fuera, a cambio de parte de tu tiempo y tus ingresos. 
—Lo compensaremos —dijiste—. Unas horas en casa cuidando de nuestros hijos no me harán mal. 
Antes de salir, me despido de los niños y de ti, y me deseáis suerte en mi primer día. Yo me giro, sujetando en los labios una carcajada. El más pequeño lleva los zapatos del revés. Vosotros sí que la vais a necesitar.


Los secretos del otoño



     Al franquear los gruesos muros de la entrada de aquel umbrío caserón deshabitado, tuve la sensación de penetrar en un lugar detenido en el tiempo. La mayoría de las losetas estaban levantadas, y los escombros se esparcían por doquier. En un apolillado armario aún quedaban algunos trajes de hombre bastante antiguos. No había ropa de mujer; por eso me llamó la atención encontrar, en medio de la estancia, un viejo zapato de charol blanco con una peculiar lazada de pedrería en la punta.
En el Ayuntamiento me dijeron que el propietario de la casa, hacía más de setenta años, había sido un médico holandés afincado en el pueblo. La inquietud que me embargaba no la provocaba el lamentable estado de abandono del edificio, sino el viejo cuaderno de hojas apergaminadas que apretaba contra mí, y que la abuela había puesto en mis manos poco antes de fallecer. Me sentía como una profanadora de templos. Quizás mi única misión era custodiar ese diario, y no volver a abrir heridas del pasado, ya cerradas.
Nunca había visto morir a nadie. Deseé que ella se hubiera ido en paz. Volver al pueblo materno después de dos lustros me devolvió los recuerdos que ya tenía abandonados en mi memoria. Cuando la anciana pidió que nos dejaran a solas, me encontré de golpe contemplando en sus ojos los momentos más felices de mi niñez; supe que entre nosotras aún se mantenía el vínculo que se había forjado al amparo de su falda. Con dedos temblorosos, me indicó el rincón del escritorio donde guardaba su mayor secreto y, antes de que pudiera entregárselo, se llevó el índice hasta los labios, pidiéndome silencio. El diario era para mí.
Contaban que mi abuelo fue un ilustre militar. Murió antes de que yo naciera. Había llegado allí destinado desde el norte durante la guerra, y quedó prendado de una de las señoritas de más rancio abolengo de la comarca. Se casaron pocos meses después. Había oído decir que era un hombre severo y poco acostumbrado a los favores, pero que había conseguido sacar del pueblo a toda su familia política, antes de que este fuera asaltado por el bando enemigo. Vivieron en la capital durante un año, la primera y única vez que la abuela salió de su tierra; y, cuando regresaron, mamá ya venía con ellos.
A veces cuesta asimilar que alguien como ella, con casi un siglo de experiencias mil veces narradas, y modelo de una vida recta, propia de su posición, pudiera revelarse como una completa desconocida. Las palabras que se desprendieron de aquellas páginas fueron un descubrimiento, y una razón lo bastante poderosa como para hacer que retrasara mi vuelta a la ciudad. 
Dos días después del entierro, como parte de una tradición lúgubre y anacrónica, algunos parientes rondaban aún la casa, haciendo más doloroso el duelo. Intentando aislarse de la incómoda compañía, mi madre permanecía acurrucada en un sillón, contemplando viejos álbumes familiares. Me senté junto a ella, dispuesta a acompañarla en sus recuerdos. Vetustos retratos en sepia mostraban imágenes que se antojaban irreales: el abuelo  de uniforme, la abuela con sus hermanas menores, y la foto de su boda. Aparecía con un vestido de chantilly y unos delicados zapatos de charol blanco; los reconocí en seguida.
Una verdad apabullante afloraba desde el pasado a toda velocidad: la abuela había tenido un amante. Un hombre que debió marcar su vida profundamente para que ella deseara conservar por escrito su vivencia, y cuya última pista acababa justo en aquella casa con suelo de mosaicos blancos y azules. No había nombres, solo una historia de amor y la dirección de aquella casa anotada en la última hoja junto a una fecha: la del día en que se vio obligada a marchar del pueblo. Abracé a mamá y sondeé su pasado en busca de mis propias respuestas. Cuando le pregunté por la noche en que huyeron sus padres, ella me contó lo que sabía por boca de una de sus tías.
Esa tarde, ante el peligro inminente, debían coger el coche y salir a toda prisa. Habían estado buscando a su madre por todas partes sin dar con su paradero, hasta que, finalmente, el abuelo apareció con ella, con el rostro desencajado por la preocupación. Contaban que apareció descalza, y que lloró durante todo el camino hasta la ciudad. Cerré los ojos, e intenté imaginar de dónde venían y cómo fueron esos momentos tan dramáticos. Cómo el miedo de aquel día se debió macerar con el dolor de la traición consumada y de la incertidumbre de lo que estaría por venir. A pesar de todo, no dejaba de preguntarme por qué ella no luchó por aquel amor.
Mi última noche en el pueblo, el sueño volvió a llevarme bajo el castaño junto a los muros del cementerio, donde solíamos sentarnos a merendar cada tarde la abuela y yo. En otoño me llenaba los bolsillos de castañas y jugaba a meterlas en los agujeros de la pared. Ella siempre decía que al abuelo le gustaban a rabiar, y que él vendría a recogerlas.
Cuando al amanecer compartí con mi madre el recuerdo de mi infancia, me miró extrañada. No tanto porque nunca le había contado dónde terminaban nuestros paseos vespertinos, como por el hecho de que su padre hubiese sido alérgico a los frutos secos, y que su enterramiento hubiera tenido lugar en su tierra natal, respetando su voluntad.
Han pasado casi cinco años desde la muerte de la abuela, y ahora acudo cada otoño al pueblo para dejarle flores. Nunca olvido acercarme hasta el muro del cementerio para dejar algunas castañas en los agujeros que aún quedan en él; orificios que dejaron las balas cuando los asaltantes fusilaron al cura y al médico del pueblo, que, cumpliendo el sagrado juramento hipocrático, decidió quedarse con sus enfermos.
Una fecha que quedó grabada en mi memoria, en el diario de su amante y, aún sin saberlo ella, en el color celeste de los ojos de mi madre.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Deshilachando verdades

                                   

Alguien ha empezado a tirar del hilo y ha deshecho una esquina del pañuelo de papá, manchado de carmín. Mamá ha seguido estirando de la hebra para borrar las lágrimas que vertió sobre él cuando lo encontró.
Ahora es una pequeña madeja en mis manos, que desearía hacer desaparecer. Solo Ulises, nuestro gato, parece desconocer el embrollo que guarda su nuevo ovillo. 


sábado, 29 de noviembre de 2014

El otro ejército













—A la tercera, va la vencida —murmura el Diablo desde las sombras. Sabe que una guerra siempre conduce las almas a la oscuridad. Esta vez serán todas.
La primera bomba silba en el cielo. Los ángeles negros encienden sus candiles.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Aprendiz de sastre




Acompáñeme sin miedo, señorita. Subiendo por esta escalera, encontrará el curioso taller. Pase, pase y vea trabajar al artista. No se deje intimidar por el nauseabundo olor de la sala, ni por los arañazos que surcan las paredes, adornadas de uñas esmaltadas. Preste atención al ágil movimiento de sus dedos huesudos y delgados, como los de un pianista. Las manos son delicadas, y sus movimientos, precisos.
Siento cómo cada puntada la hipnotiza, invitándola a acercarse un poco más. ¿Lo ve? Hilvana un precioso vestido nupcial con su aguja de trasmallo; la recia punta se hunde firme sobre el tierno maniquí. Bien es cierto que, descabezado, pierde el efecto delicioso de una novia, pero los gritos agónicos distraían a nuestro genio. Ahí lo tiene, la sutil seda salpicada de rojo se adapta al talle como un guante.
Y ahora, contemple cómo el maestro enseña su obra al rostro de ojos asombrados que oscila bajo la suave cabellera. Pero venga, no tiemble, túmbese aquí y deje que el creador se recree en su figura. Encontrará el más fino diseño para su apetecible cuerpo. Lamentablemente no puedo quitarle aún la mordaza, ha de estar callada cuando la ensarte con la afilada estaca; requiero concentrar toda mi fuerza. Abra las piernas, no se resista, el empalado ha de ser perfecto para mantener su cuerpo erguido. ¡No! , joven, no cierre los ojos, los necesito abiertos.
Esta vez el maniquí será completo, no dejaré que su bella testa se balancee sobre el tronco. Ya calculé su altura y su peso, aguantará bien en esta base. Estará muy hermosa con su vestido nuevo. ¿No lo cree así? Discúlpeme un segundo; nos observan.    
Sí, usted, no se oculte tras las líneas que ahora lee. Sea bienvenido, ¿o debería decir bienvenida? La penumbra me impide definir sus facciones. ¡Pero espere!, no se vaya, siga leyendo; deme unos minutos para culminar mi tarea. Permanezca ahí, en silencio, disfrutando con el corazón agitado. En seguida le atiendo.

Publicado en Antología “ Calabacines en el ático. Grand Guignol” de Ediciones Saco de Huesos.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Amigos íntimos


Mientras yo llenaba nuestras copas de vino, tú te dedicabas a cocinar. Aproveché aquella oportuna invitación a cenar para decirte que me casaba. Debías ser la primera en saberlo. En plena exaltación de la amistad besé tus mejillas, y el sabor de tu piel en mis labios me hizo buscar tus ojos. 
―Maldita cebolla  ―murmuraste. 
Entonces comprendí. 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Segundas partes...


El Titanic II esperaba en el puerto, indiferente a los malos augurios. Quien decidió ponerle nombre a aquel mastodonte marino sabía que solo los menos supersticiosos osarían emprender ese viaje. Tendrían que alcanzar un destino que había quedado varado en el tiempo. Algunos, como Miguel, pretendían demostrarse a sí mismos que existían las segundas oportunidades con final feliz. Su matrimonio, esa frágil nave que había zarpado diez años atrás, hacía agua, y estaba a punto de irse a pique.
Con la esperanza de poder reflotar la pasión perdida, decidió ofrecerle a su desencantada esposa una metáfora de su propia vida en forma de pasajes de embarque. Eligió un camarote con el día de su aniversario, un once de mayo grabado en su memoria como el más feliz de su existencia y, como un adolescente enamorado, esperó en la habitación a que ella llegara. 
Nunca lo hizo. Nadie la vio descender por la pasarela y abandonar el barco; pero es imposible ignorar que los acontecimientos siempre van encadenados y, mientras una profunda grieta rasgaba el corazón de uno de los pasajeros, un fallo de soldadura abría una descomunal vía de agua en la bodega del transatlántico.

martes, 25 de noviembre de 2014

Abriendo caminos


La ciudad despertó, lentamente, con legañas en las ventanas. Sus habitantes tardaron un poco más en bajar de la cama, y lo hicieron con la típica crisis de cerebro matutina. Todo parecía correctamente cotidiano, y habría sido un día más, sin pena ni gloria, de no ser por el ligero temblor que hizo inclinarse todas las casas de manera inusual.
Al principio,  vivir dentro de aquel peculiar reloj resultaba emocionante: con el transcurrir del tiempo, las calles iban cambiando su recorrido sin orden ni concierto, apareciendo nuevos caminos hacia  el colegio, la iglesia o el hospital.  Llegar a ellos resultaba toda una aventura porque nunca estaban en el mismo lugar donde habían quedado el día anterior.
Nadie recordaba cómo habían ido a parar dentro de aquel sinuoso recipiente de cristal, de modo que, simplemente, prefirieron pensar que siempre había sido así. A esas alturas, ya se habían acostumbrado a las extrañas oscilaciones del terreno. El único ciudadano que parecía inquietarse por el continuo descenso del nivel del suelo era el más anciano de esta singular comunidad.
Se decía que había sobrevivido a la última tormenta de arena,  y que contaba con tantos años como la propia ciudad. Pasaba las horas sentado frente a la transparente pared, expectante. De cuando en cuando, dibujaba líneas en el cristal con pintura de colores que, desde lejos, parecían conformar una larga escala que subía hacia la enorme cúpula sobre sus cabezas.
Aquella mañana, el paisaje dentro del reloj era alarmantemente distinto. Las cuestas se mostraban peligrosamente empinadas, y una delgada capa de arena blanca empezaba a deslizarse sobre los adoquines, desde la periferia hacia el mismo centro de la ciudad. Todos se dirigieron intrigados hacia la plaza principal, intentando descubrir el origen de tal fenómeno.
Fue entonces cuando la imponente fuente de piedra, que se alzaba en medio de ellos, desapareció de improviso, engullida por un silencioso remolino de arena. Atónitos ante semejante prodigio, comenzaron a retroceder a toda velocidad; esfuerzo que resultó completamente inútil, ya que, uno tras otro, se fueron precipitando por el inesperado embudo.  
Cayó una farola, después un puesto de helados y, tras este, el ayuntamiento. Al final, la ciudad entera fue tragada por el sospechoso agujero. El último en descender fue el viejo observador, que se deslizó por el ancho cuello de botella como si de un tobogán se tratara.
Cuando los desconcertados vecinos lograron abrirse paso bajo las dunas,  descubrieron el maremágnum en el que se había convertido su pequeño universo y, por primera vez, se percataron de que su libre albedrío había sido solo un espejismo.
—Bueno –dijo alguien–, el tiempo parece haberse detenido. Ahora que estamos aquí abajo,  podemos reconstruirlo todo sin el riesgo de volver a caer.
–Vivimos en un reloj de arena –dijo el anciano, exasperado–. Nuestro tiempo se ha agotado.  ¿Es que no lo veis?
Entonces se dieron cuenta de la gravedad de sus palabras. La terrible tormenta de arena, de la que hablaban los  libros antiguos, llegaría para poner su mundo del revés. Asustados e incapaces de reaccionar, los habitantes decidieron continuar haciendo lo que habían hecho desde el principio de los tiempos: sentarse a esperar que los acontecimientos se sucedieran mientras aguardaban el fatídico desenlace con absoluta resignación. 
Todos, excepto el eterno vigía,  que parecía decidido a sublevarse contra aquel aciago destino, desprovisto de libertad. Dicen que lo vieron caminar hacia las afueras con un martillo en la mano. Después del estrépito de cristales rotos, nunca más supieron de él. El resto aún espera un final que nunca llega.


         Finalista en el III Certamen Literario “El Secreter”.


lunes, 24 de noviembre de 2014

Selección natural


Buceo desde la zona abisal hasta la superficie. Al contacto con el aire, las agallas se cierran, y mis atrofiados pulmones me provocan un desagradable dolor en el pecho. Tuve suerte de que la explosión me alcanzara sumergido a mucha profundidad. La radiación en el fondo marino transformó mi cuerpo y me convirtió en este ser mutado. En tierra, la vida humana ha sobrevivido a los estragos que la radioactividad ha provocado en sus cuerpos.
Pruebo suerte durante unos interminables minutos. Desde que la fauna marina desapareció de aguas poco profundas, apenas he visto humanos cerca de aquí. Es una mujer. Un antiguo recuerdo, parecido al deseo, despierta mis instintos. Nado, acechándola silencioso; una presa fácil que termino arrastrando conmigo.
La cercanía de su cuerpo aleja,  por primera vez en muchos años, la punzada de la soledad, pero un pinchazo aún más intenso en el estómago me recuerda que, en este abismo donde habito, apenas quedan seres vivos para alimentarme. Y estoy hambriento.

Finalista en el V Certamen  de Microcuentos Fantasti’cs. 


domingo, 23 de noviembre de 2014

Monopoly


Cuando el cañón consiga levantar un imperio en el nombre de Alá, todas las almas deberán pagar un alto precio. Las del purgatorio esperarán a que Dios lance los dados para recuperar su territorio.
Nadie se percata nunca del intenso olor a azufre que llega de la banca. 

sábado, 22 de noviembre de 2014

Mi hermana menor



Se me hace difícil verla en la pantalla, con la melena suelta, unas botas altas de charol  y una minifalda de esas que dan vértigo. Mis amigos miran embobados la película, mientras yo no puedo evitar una punzada en el estómago cuando empieza a enseñar sus vergüenzas. Sin sus pestañas postizas y esos rabillos que se pinta en los ojos, vuelve a tener veintiún años. 
—No seas antiguo —me dice ya en casa, enfundada en su pijama de franela—. Estamos en los setenta, y España está cambiando.
Me entran ganas de decirle que, mientras el país se libera, los hombres siguen presos de los mismos instintos; pero, ahora, visualizarlos solo cuesta una peseta. 

domingo, 26 de octubre de 2014

La llamada







Tu ausencia me ha traído hasta la playa de la Soledad, el lugar donde quedan varados los sueños imposibles. La arena es más fría a este lado del océano porque apenas llega la luz de tu sonrisa, y así cuesta mucho mantener caliente el corazón. Incluso la humedad está impaciente por penetrar en mis huesos, e ignora que las lágrimas ya se encargaron de inundarme por dentro.
Me temo que la esperanza hace agua por mis cuatro costados. Debes volver pronto, antes de que mi maltrecho cuerpo, huérfano de tus caricias, comience a oxidarse y se convierta en un mascarón  de proa abandonado. Yo pasaré el tiempo contando mareas y liberando suspiros.
Y no te preocupes si, intuyéndome en la distancia, no aciertas con mi paradero; lanzaré al aire las burbujas azules donde guardé todos mis besos. 

sábado, 18 de octubre de 2014

Realismo




Correr con la decepción nublando los ojos nunca fue bueno, no ves las trampas del camino; por eso ella cayó de bruces como una chiquilla de seis años. 
Se había puesto su vestido más bonito, y fue a buscarlo a la exposición. Finalmente, había podido cambiar el turno, y le daría una sorpresa. No esperaba descubrir que él ya había encontrado con quién compartir su momento más importante. 
Las heridas  de sus rodillas no dolían tanto como las puñaladas en el corazón.
—¿Viste las pinturas de papá? —preguntaba el niño, mientras curaba a su madre.
Ella se tragó las lágrimas, y se abstuvo de decirle que el cuadro que ahora tenía ante sí era la última obra de su padre.



jueves, 9 de octubre de 2014

El escultor





Los días se adormecen en medio de este silencio y vuelven perezosa la memoria. Es tarde para el corazón, cuando el frío penetra demasiado hondo. Ya han olvidado las yemas de mis dedos la curva de tus mejillas, y he perdido la luz que guardabas para mí en el hueco de tus manos. Duele tanto...
Te imagino serena en mi mente agitada, porque así cierras los ojos; esos que añoro, vacíos de historias, sin vida,  sin mí. Maldita tú, maldito el dolor de tu terrible ausencia. Hoy busco desesperado tu rostro, y reblandezco la arcilla con mis lágrimas.
No cesan las sombras que traen el invierno, ni el fuego del alma mutilada. No recuerdo tus besos, mi amor. Se consuma tu olvido. Rendidas las fuerzas, enmudecen las palabras. 

lunes, 11 de agosto de 2014

Renovarse o morir





Raimundo maldijo su estampa, tras haber revisado por enésima vez la contabilidad del mes. Las cuentas no cuadraban, ni cuadrarían, por mucho que intentara aguantar el tirón. Desde que abrieron la autovía, los negocios de la carretera general que pasaba por mitad de la sierra iban cuesta abajo y sin frenos. Aquella zona se había quedado completamente muerta. Ni los camioneros paraban ya a pernoctar en su pequeño hotel.
Había llegado el momento de coger el toro por los cuernos. Avisó a un electricista para que le instalara un llamativo alumbrado de bombillas de colores alrededor de la fachada, y se fue a buscar a las guarrillas de los pueblos colindantes, seguro de que aceptarían gustosas una buena oferta de empleo. Era un hombre emprendedor, y sabía que debía reinventarse.  
Cuando la noche del estreno escuchó el ruido del tractor del viejo Antonio aparcando en la puerta, pensó que aún existía la posibilidad de reflotar el negocio. 


viernes, 8 de agosto de 2014

Evasión


Huyendo de las palizas de su madrastra, el pequeño Samuel había encontrado un lugar secreto donde refugiarse cada noche; un escondite en el que sentirse seguro y acompañado. Oculto bajo las sábanas, se adentraba, con espíritu valeroso, en los mundos de fantasía que le regalaban sus libros de aventuras.
Era capaz de hacer volar su imaginación con tanta intensidad que, al cesar la lectura, aún podía percibir el aroma de los bosques encantados, o notar su pelo mojado tras un abordaje pirata. El día que el dolor de las magulladuras no le dejó concentrarse y sus ojos enrojecidos le impidieron leer, se tumbó sobre la cama abrazado a sus tesoros de papel, y se quedó dormido. 
Cuando la malvada bruja descubrió la brillante luz que se colaba bajo la puerta del dormitorio, acudió enfurecida. El cuerpo menudo del niño yacía inmóvil; aunque Samuel ya no estaba allí. Eligió soñar en un cuento de hadas con final feliz.

sábado, 2 de agosto de 2014

Primer amor





Martín colocó, de nuevo, la vela de papel sobre otra de las galletas de Sofía. Ella solo pensaba en que él, al fin, había accedido a incluirla en sus juegos. 
Cuando la pasta se reblandeció por cuarta vez al contacto con el agua, y el barquito naufragó, corrió hacia donde estaba su madre en busca del paquete. Aquella tarde no le importó sacrificar la merienda. Por primera vez, se le había quitado el hambre.  

viernes, 1 de agosto de 2014

Aproximación de vectores




Tanto se acercaron nuestras vidas, que nos cruzamos en un punto. Ondulé mi cuerpo sobre el tuyo, e hice recta la curva de tu ingenio. Cuando, nueve meses después, mi vientre es una circunferencia perfecta, tú te sales por la tangente.


sábado, 26 de julio de 2014

Desplegar alas



                     

Me encontraste encerrada en mi mundo hermético y circular, estático a las emociones. Al primer roce, abriste una grieta que cosí con puntos de sutura, y te miré desafiante. Al segundo, me hiciste rodar hacia el precipicio, y me cubrí de algodones para amortiguar el golpe. Cerré los ojos, y me preparé para el impacto.
El empujón final no llegó. Solo vino un soplo de aire que me levantó el flequillo y ablandó mi envoltura. Después, las palabras penetraron atravesando un universo ya debilitado. Al fin, los susurros me alcanzaron y, una tras otra, se fueron despegando las distintas capas de mi piel: jirones de mis miedos que sostenías en tus manos.
Cuando ya no quedaron  barreras, me miraste por primera vez. Bastó tu abrazo silencioso para que dejara de importarme caminar junto al filo. Entonces me tomaste de la mano, y lo supe. Estaba lista para saltar. 


lunes, 21 de julio de 2014

Hiperrealismo



Eras una ninfa en un bonito lago de aguas cristalinas. Un buen día desapareciste y me dejaste un pequeño pez naranja,  y el piso inundado. Cuando he llegado a casa, he buscado al ángel que pinté en mi cielo raso, pero solo estaba este pájaro azul, y las nubes amenazan tormenta.
Estoy dispuesto a encontrarte en el mismo infierno; aunque debería sacar de aquí todo lo que pueda arder. Por lo que pueda pasar. 



domingo, 20 de julio de 2014

La última lección





El calor es sofocante en esta habitación. La música hace rato que quedó amortiguada bajo mi pulso agitado; el latido frenético que amenaza con hacer saltar mis venas. Ella sigue ahí, esperando la siguiente partitura. No sé en qué momento mi mirada se desvió hacia su blusa transparente, dejándome adivinar un tatuaje, apenas los vestigios de una flor. El aroma que desprende mantiene mis músculos tensos y agotados los pulmones, que intentan respirarla a esta distancia.
Cierro los ojos, y alejo la visión de su cuerpo, endiabladamente joven, pero mi cerebro se derrite igual que la ropa sobre su piel. La imaginación se abre paso a mordiscos de deseo. 
De nuevo las notas sobre el piano. Se escapan como lenguas de fuego lamiendo su nuca, sus hombros, su espalda. Contemplo extasiado cómo la melodía se enreda en sus manos, descendiendo por su pecho y muriendo entre sus muslos.
La pieza acaba, y mi corazón se detiene. Ella me observa complacida mientras me desplomo sobre el suelo. Satisfecha con su juego, la Muerte, aún desnuda, se aleja entre las sombras. 

viernes, 18 de julio de 2014

Condensando emociones




Pensé que estaba preparada para convertirme en nube. Cuando empecé a subir, y tuve todo el cielo para volar, me estiré cuanto pude para disfrutar de mi recién estrenada libertad. Llegué tan alto, que las corrientes de aire me arrastraron sin control, haciéndome oscilar; entonces supe que viajar demasiado rápido me producía vértigo. No me importó mucho; las cosquillas de la velocidad me volvían más liviana y blanca.  Por eso conseguí acercarme al sol. Bajo sus rayos,  mi silueta se proyectaba enorme sobre la superficie de la tierra, y me sentía distinta a las demás. Allí arriba solo yo podía filtrar su luz, y él lo hacía con mis sombras.
Cuando la noche se llevaba a mi compañero, la soledad me embargaba, y vagaba de un lado a otro hasta encontrar más nubes; me apretaba contra ellas, y me quedaba observando los pequeños guiños que me dejaba sobre la luna. Las noches de absoluta oscuridad, en las que las señales no llegaban, la tristeza se instalaba en mi interior. Me volvía gris y pequeña, y tan irascible que podía verse el resplandor que producían mis propios relámpagos.  Pero siempre volvía a amanecer.
La tarde del eclipse dormitaba en cielo raso. Una fría ráfaga de aire me atravesó por entero y, cuando quise darme cuenta, mi adorada estrella solar ya no calentaba mi húmedo cuerpo. La luna, inmensa y poderosa, se había interpuesto entre nosotros,  y él la abrazaba regalándole toda su luz.  El dolor de su pérdida me hizo descender poco a poco, mientras mis lágrimas me volvían frágil y débil. Apenas fui consciente de cómo sucedió, pero, sin darme cuenta, terminé deshaciéndome sobre el mar.
Nadie me dijo que las nubes somos efímeras, y que el sol siempre regresa, libre y eterno. Ahora espero en cada marea que él se acerque lo bastante a mí, para que vuelva a elevarme de nuevo.

martes, 15 de julio de 2014

El pacto




No importa cuántas veces rompas el espejo; tras los cristales rotos siempre estarás tú. El rencor dejó de ser un reflejo en tus ojos para convertirse en lo que ahora ves: pura ira.  No puedes defenderte del mundo que te aísla con una piedra; la vida es dura, y tú una ingenua.  Es tan fácil empezar a existir en este lado si lo deseas... Solo tienes que cruzar hasta mí, y dejarás de tener miedo. Una sola cosa quiero a cambio: tu alma. 

lunes, 7 de julio de 2014

Futuro versus Natura


La llamada a concejo deja el pueblo en silencio. El viento de la modernidad callejea por las cuestas empedradas silbando bajo las puertas de las casas, pero nadie lo escucha; el bosque ha cerrado el cerco, y las ramas de los árboles cimbrean aún más fuerte, ahogando el siseo. Dentro del salón, los vecinos van desfilando frente a la diosa del progreso: un modelo a escala de la nueva central eléctrica. Los forasteros invitados hablan de sus bondades y, con cada palabra, se suavizan las manos agrietadas, se arrumban los aperos, y se asfaltan los caminos. Se miran unos a otros, y asienten complacidos. Se acomodan, aguardando al miembro más anciano de la comunidad.

Cuando Nicasio, el pastor, cruza el umbral, trae consigo el olor del campo, su cayado, y un puñado de guijarros del manantial. Todos saben de dónde viene. El hombre contempla la maqueta, meneando la cabeza. Las Xanas no tienen voz ni voto, pero sí cantos rodados que atoran a su antojo la bajada del arroyo a los riegos. La mitad de la asamblea tuerce el gesto; la otra se encoge de hombros. Ya hablaron todas las partes. A puerta cerrada, comienza la votación.



martes, 1 de julio de 2014

Ojos que no ven, corazón que siente





Las tardes en casa de la abuela son cálidas y dulces. Ella prepara en la cocina sus mejores pasteles. Miguel, en su oscuridad, va incorporando a su cerebro los ingredientes que nunca ha visto, a través de sus aromas. La canela se convierte en un remolino de viento suave; el caramelo, en una caricia para el paladar; el chocolate, en una merienda en el parque; y la vainilla, en la tibia y agradable sensación que acompaña al hogar.
De repente, todos sus sentidos se detienen y de su interior brota un recuerdo indeleble. Un familiar olor lo inunda todo. "¡Mamá ha llegado!”,  exclama feliz.


jueves, 19 de junio de 2014

No somos nadie


Nos lamentamos, hipócritas, de no haberlo visto venir. Las raíces estaban sueltas, las ramas eran pesadas, y la inclinación iba en aumento. Pero una vez se hubieron llevado al hombre, aplastado por el árbol, la gente todavía encontró entretenimiento observando cómo los bomberos cortaban el enorme tronco sobre la acera. 
Matilde se colocó el audífono y escuchó el rugido de las sierras en la calle. Salió de la casa intrigada por el ruido, preguntándose dónde demonios habría ido su Antonio a buscar el pan.


miércoles, 18 de junio de 2014

Ideas peregrinas


Junto al muro del cementerio había un árbol cargado de avellanas. Los niños solíamos tapar con ellas los huecos que habían dejado las balas. A mi abuelo lo mataron en ese lugar cuando, haciendo honor a su juramento hipocrático, decidió volver al pueblo para atender a sus enfermos;  no sospechaba que por ello lo harían fusilar.
Nunca supe qué agujero era el suyo; de haberlo sabido, hubiera metido mejor una castaña. La abuela dice que le gustaban a rabiar. Me contuve porque los demás me habrían plagiado la idea, y entre todos nos hubiéramos cargado la memorable pared.