sábado, 13 de noviembre de 2021

En los espejos

 


El musical sonido de tus dedos sobre la máquina de escribir me iba a volver loco. Por eso cambié la vieja Olivetti por un silencioso ordenador. He puesto tus libros favoritos en las estanterías más bajas para que no se destrocen cuando vuelan hacia el suelo; y ahora tomo aquellas pastillas con sabor a manzana para dormir cada noche. Es agotador escucharte trabajar a todas horas.

Prometí que te cuidaría hasta el final de mis días, igual que supe que serías escritora para siempre. No entendí aquella frase que me dijiste entonces: «El espíritu de un escritor nunca deja de crear». Y yo, tres meses después, busco tu reflejo por cada rincón de nuestra casa y sigo adorando a tu fantasma.


jueves, 11 de noviembre de 2021

El juego de la oca

 


En mi niñez, el tablero se desplegaba ante mis ojos como un mapa. Cada vez que tiraba mis dados, emprendía un viaje de aventuras volando a lomos de enormes aves que me hacían ir veloz.

―Lo importante es el camino, no el destino ―decía papá ante mi euforia en la última casilla.

Al crecer, aunque la vida me dio refugio en alguna posada, no imaginé el tiempo que pasaría en aquella cárcel sin candado ni esposas, perdido en mi propio laberinto. Por eso, cuando caí en el pozo, creí que nunca escaparía.

Pero hay metas que solo se alcanzan apostando en equipo. Lo supe al ver a mi padre llegar con el viejo juego bajo el brazo, dispuesto a terminar conmigo la partida.


martes, 9 de noviembre de 2021

Igor A. Normal

(Inspirado en la película «El jovencito Frankenstein»)


Mi padre, Igor Antonio Normal Pérez, era un tipo poco agraciado: de aspecto patibulario, quitahipos y jorobado; con ojos saltones y mirada panorámica. Trabajaba de mancebo en una farmacia regentada por un matrimonio joven, sin otro menester que limpiar y ordenar fórmulas magistrales, porque, de feo que era, el dueño no lo dejaba salir a atender para no incomodar a la clientela. Pero el buen hombre supo gestionar el déficit de hermosura con otra gracia. Y, mientras el farmacéutico despachaba recetas a destajo, él se trajinaba a su mujer en la rebotica con su única lindeza.

Parece ser que de ella heredé mi sonrisa pícara y el bamboleo de mis seductores andares; de padre, huelga decirlo.

Siempre estuve convencido de que algún día donarían su cerebro a la ciencia. O lo otro.

Se me acaba de ocurrir una idea.


 

domingo, 7 de noviembre de 2021

Manos de arrullo y costurero


El caserón se ha llenado de una luz inusitada, y un balbuceo infantil inunda las estancias. La llegada de una criatura nueva despierta la ternura de la vieja niñera que tararea una nana para velar su sueño. Pero no puede tocar el cuerpecito con olor a pan mientras el llanto de una madre aterrada quiebre los cristales de las ventanas y haga crecer telarañas en su delantal de encaje.

Paciente, le recordará cada noche que está ahí para cuidar de su bebé. Al final, la locura siempre hace ceder a los vivos.

Y ella podrá regresar a la torre para poder coser sus ojitos de botón, como a todos sus niños.

 

viernes, 5 de noviembre de 2021

Pescadores

 


En su eterna competición por ver quién lo tiene más grande, Alfonso le ha mostrado la foto del último atún que ha pescado. Un ejemplar de doscientos kilos que le restregará por la cara durante el resto de su vida. Mateo, negro de envidia, no para de despotricar de su rival e insiste en que la imagen está trucada.

Esta mañana, tras un estruendo apocalíptico, ha caído del cielo un descomunal escualo destrozando el tejado de su casa. Su mujer grita que ha sido el karma y no un hidroavión del Infoca transportando un polizón, como informan las noticias. Y, mientras la mujer lamenta su mala suerte, Mateo sale feliz al exterior con su cámara, dispuesto a desbancar a «ya sabemos quién».


miércoles, 3 de noviembre de 2021

La larga siesta de mi princesa

 


El día del accidente, las manecillas se desplomaron en tu reloj de pulsera para marcar eternas las seis y media. Y el tiempo, con su obscena crueldad, ha seguido avanzando impasible. Até cada aguja que encontré al instante señalado con los lazos de tu pelo, y he dejado encerrado en tu dormitorio infantil al pájaro cuco, que, desconcertado, ya no puede cantar las horas en punto. Hoy he intentado subir hasta la torre del ayuntamiento para silenciar el carillón que devora los minutos que no controlo, pero tu padre me lo ha impedido.

Yo le he gritado que, aunque me cueste la vida, mantendré intactos tus sueños donde los dejaste dormidos.

Hasta que consigas despertar.


lunes, 1 de noviembre de 2021

La última ronda

 


El viejo Antonio, farol en mano, sube la cuesta del cementerio inglés. Bajo sus pasos cansados solo crujen las flores secas de la buganvilla y, cubiertas por la hojarasca, duermen las lápidas de almas extranjeras enterradas en suelo sacro. Ya son cincuenta los años que el mismo guarda custodia los fuegos fatuos del camposanto abandonado, pero hoy el eterno silencio ha mudado en un murmullo blando y dulzón que lo acompaña en su paseo.

Le escuchó decir a la castañera que la Parca se anuncia con olor a flor marchita, y que uno adivina su hora final cuando observa a los fantasmas vagar al ocaso.

El bueno de Antonio anticipa su muerte con la vista aguada de nostalgia y una soledad íntima que lo ha acompañado durante años, desde que su hermosa Jane le dejó para siempre. La locura hace ceder a los vivos, por eso lleva un rato caminando entre los mausoleos y poniendo rostros a los inquilinos olvidados del lugar, que lo saludan con respeto y gratitud.

Al alcanzar la ansiada tumba, su corazón estalla como un volcán y se quiebran sus piernas. Pero su cuerpo ni siquiera roza el suelo, el abrazo cálido de su amada esposa ha sostenido al vuelo su caída.


Relato ganador del Monstruoscopio 2021, de «Esta Noche Te Cuento».


martes, 26 de octubre de 2021

Acuarela de una mañana de verano

 


Un tintineo acuoso de cantos rodados y conchas marinas resuena en el bolsillo de Miguel. Lleva desde bien temprano recogiendo tesoros en la playa, y celebra sorprendido el hallazgo de una caracola del tamaño de su mano. La ha guardado con cuidado en la mochila y, con los brazos en jarras, deja que la brisa le revuelva el pelo y empape de sal el tornasol de su piel morena. Desde el paseo, un forastero dispara su cámara cautivado por la estampa a contraluz, convencido de que el cenachero de bronce, que dejó en el parque minutos atrás, ha escapado de su pedestal al reclamo de las olas.

El tiempo apremia en los ojos del chiquillo, que se baja las perneras enrolladas del pantalón y camina hacia su bicicleta. Una nuble solitaria y blanca, desorientada en la inmensidad azul, vigila sus movimientos. A vista de pájaro, la actividad de una ciudad que despierta se mezcla con el graznido de las gaviotas que vuelan hacia el mar. Y más abajo, junto a una catedral huérfana de una de sus torres, descubrimos a Miguel pedaleando con energía.

El aire huele a salitre y a café, y a la tierra tostada que anuncia la entrada del terral. Una lengua de calor lame los montes en dirección al puerto, aunque aún no ha alcanzado la urbe. A estas horas, la calle Larios permanece fresca bajo sombras inventadas, y recibe señorial el asalto del chico desde una de sus callejuelas laterales. Este es el mejor momento del día, sin el ajetreo de paisanos y turistas que todavía no han ocupado terrazas y tiendas. Solo los sonidos de las voces procedentes del mercado interrumpen los pensamientos del joven ciclista que, con la vista puesta en los adoquines, acude fiel a su cita de cada sábado.

Un nuevo quiebro lo adentra en la bulliciosa vida del barrio y, casi alcanzado su destino, se detiene en el corazón de una plaza que le espera para un nuevo ritual. En ese lugar, las horas parecen seguir soñando.

Si nos acercamos con sigilo, podemos ver cómo de las ramas de un enorme árbol cuelgan libros igual que valiosos frutos; y observaremos a Miguel girar a su alrededor buscando un ejemplar que haya alcanzado su punto de maduración.

―Llévale este ―le dice el hombre que los custodia―. Estoy seguro de que le gustará.

Sobre sus manos sostiene un libro herido. Un fuego reciente ha quemado alguna de sus esquinas y le ha dado el aspecto de un viejo pergamino, pero los poemas han sobrevivido intactos en su interior.

Diez campanadas marcan puntuales sus pasos escaleras arriba y, junto al ventanal del amplio salón, una anciana de mirada perdida inunda un lienzo de pinceladas azules.

―Ya estoy aquí, abuela ―susurra el muchacho mientras le besa la mejilla.

Ella lo mira confundida, pero en seguida cambia el gesto al recibir en su regazo el puñado de joyas que su nieto le ha traído. Con las manos temblorosas lleva instintivamente la caracola hasta su oído y cierra los ojos.

Nadie lo percibe, pero en su memoria han despertado las mañanas de espuma y sal de su niñez. Las mismas que jamás dejó de pintar con su paleta de colores mientras una vejez prematura le robaba sus recuerdos.

Porque hay luces, y horizontes, y sueños, que quedan impresos para siempre en la retina de quien vio amanecer alguna vez en la Costa del Sol.

Sobre los tejados de Málaga sobrevuela la voz tenue de un muchacho lanzando al aire los versos de Jorge Guillén.


Relato finalista en el I Concurso de Relatos Cortos «Verano Malagueño», de «Made in Málaga».


martes, 19 de octubre de 2021

Nunca dejes la puerta abierta


Juraría que he visto pasar la sombra de un animal en dirección a la escalera. Pero, al salir de la cocina, la criatura aún sigue ahí, acechando en el pasillo. Un perro desconocido, de pelaje encrespado y negro, me observa desde la oscuridad. Ha debido de colarse en casa cuando he salido a tender al jardín. No ladra. No gruñe. Solo parece esperar mis movimientos.

Con el pulso golpeando en mi sien y el incesante temblor de mis manos, alcanzo el paraguas que cuelga del perchero y me enfrento a él. Un inesperado chasquido activa el dispositivo y, como un fogonazo, mi arma se abre de golpe. Mientras el pánico se apodera de mí, la bestia escapa hacia la puerta. De un empujón, la cierro.

El ruido ha despertado a Miguel. Lo encuentro temblando sobre el colchón y lo abrazo para calmar su respiración agitada. Ha mojado las sábanas.

―Mamá, hay un monstruo bajo mi cama ―lloriquea.

―No hay nadie ahí, cariño ―contesto mientras siento la sangre congelarse en mis venas.

El perro sigue aullando en el porche. Solo deseo que no esté esperando a su amo.


lunes, 18 de octubre de 2021

Papá Vesubio


Para cuando el volcán entró en erupción, ya teníamos la sonrisa de ceniza y tiznada el alma. El estruendo hizo que los tabiques de casa temblaran y el reloj de pared cayera al suelo, grabando la hora en nuestras retinas.

Esta vez su furia nos cogió desprevenidos, y mamá se interpuso para marcar mi camino de huida. Pero una lengua de lava ardiente le alcanzó la piel, dejando una nueva quemadura.

Y, aunque aquella mañana volvimos a amanecer petrificados, pasó mucho tiempo hasta que el sol nos descubrió abrazados bajo la cama en nuestra pequeña Pompeya.

 

lunes, 27 de septiembre de 2021

Voltaire y la enciclopedia del corsé





Desde que me han anunciado en casa de mi adorada Madame Geoffrin, percibo que algo insólito se cuece aquí. La cocina se ha trasladado al salón, donde se hornean genuinas ideas ante la atónita mirada de conocidos caballeros de peluca y rostros aún más empolvados que el mío. Las damas ilustradas se sacuden las palabras prendidas en sus sobrefaldas, que saltan de silla en silla como gotas de levadura. La literatura crece y se expande amasada bajo las manos femeninas, y no hay ciencia experimental ni filosofía que explique tal fenómeno.

El respetado Benjamin Franklin, especialista en electricidad, verifica que aquel suceso no es corriente; y los invitados participamos solemnes en la fluida conversación, a la par que escuchamos sorprendidos cómo ha de repartirse equitativamente el pastel. Y, aunque hay algún «chevalier» contrariado al que los vapores de la nueva receta le han bajado los rizos, la novedad corre ya por París como la pólvora.

No importa ―les instruyo― que tiempo atrás la pluma satírica de Molière hubiera vertido su veneno en algún libro de ingredientes. Hay mucha sabiduría concentrada en pequeños frascos, y las «salonnières» han cambiado el perfume de las delicadas especias por el dulce aroma de la libertad. Mon Dieu! Les femmes!



sábado, 29 de mayo de 2021

Golpe de gracia

Autora: Teresita Gómez Vallejo

La tía Herminia está sumida en una profunda tristeza desde que su novio la abandonó una tarde de verano. Le confesó que amaba a otra mientras disfrutaban del día junto al mar, de modo que él se fue por donde había venido, y ella regresó a casa con todos los bártulos. Fue tal el disgusto, que al llegar se enroscó sobre sí misma como una caracola y mantuvo su ostracismo durante los siguientes cuarenta años.

Semejante abandono de espíritu ha hecho que hoy la parca viniera a buscarla, y al entrar se llevara por delante el perchero donde seguía colgada la bolsa de la playa, aún intacta. La toalla ha salido volando, y de ella han caído un kilo de arena, su corazón roto, los hijos que nunca tuvo, los sueños perdidos, y una enorme pelota azul que ha golpeado a mi tía en mitad de la frente.

Todos nos hemos quedado mudos de la impresión. Menos ella, que ha dicho algo sobre recuperar el tiempo y ha salido camino del paseo marítimo. Ahora nos preocupa la muerte, que se ha quedado con un palmo de narices y mira de reojo a mi madre, que parece al borde del colapso.

 

jueves, 13 de mayo de 2021

Así nacen los héroes



 

Lo miró un instante y observó su cara de terror. Un curioso burbujeo removió su estómago, y notó una sensación de calor ascendiendo desde sus pies hasta las orejas, tan intensa que lo obligó a detener sus pasos.

Sabía que solo tendría una oportunidad antes de que aquel abusón propinara un puñetazo al chico arrinconado en el patio. Pero, a veces, en el fragor de las batallas más nobles cuesta calcular la distancia con el enemigo, y el destino ya había decidido cómo habría de librarse el combate. Antes de que aquel puño en vuelo rasante encontrara su objetivo, se estrelló de lleno en la boca de la barrera humana que nadie vio llegar. A Miguel nunca se le dio bien controlar los tiempos.

La herida sangrante y sus ojos desafiantes fueron suficientes para persuadir al matón, pero lo que realmente le acobardó fue la firme promesa de delatarlo al director. Con una paleta menos y la férrea decisión de cambiar las cosas, volvió a entrar en el colegio.

A pocos metros, un niño tembloroso, que aún no salía de su asombro, recogía un diente ensangrentado. Lo limpió con mucho cuidado, justo antes de guardarlo en su bolsillo como un tesoro.


domingo, 9 de mayo de 2021

No habrá paz para los malvados

 



Vendió su alma al diablo por alcanzar el poder. Aplastó con él a cuantos se interpusieron en su camino. Eliminó desde el más peligroso tiburón hasta su insignificante jefe de mantenimiento, cuya vejez y lentitud le recordaban el inexorable paso del tiempo. Cuando sintió la punzada en el corazón, subía en el ascensor hacia su despacho en la última planta de la torre más alta de Madrid. Pidió a gritos una nueva oportunidad.

La respuesta llegó con un inexplicable apagón en el edificio.



sábado, 8 de mayo de 2021

Resurgir

 


Era lo único que podíamos hacer por él, dadas las circunstancias. Los vecinos fuimos a arroparle con palabras de consuelo, pero el consternado librero, sentado sobre los restos de su tienda calcinada, permanecía inmóvil con la cara llena de ceniza. Solo pareció reaccionar cuando una niña le entregó un viejo libro de mitología, rescatado de entre los escombros.

Cuentan que al alba lo vieron ascender hacia el cielo a lomos de un ave fénix. En seguida supimos que pronto habría una nueva librería en el barrio.


lunes, 3 de mayo de 2021

Los mejores amigos

 


Hemos aceptado a su amigo invisible como un miembro más de la familia. Parece que eso ha tranquilizado a nuestra Eva, y también al niño sin nombre. Ahora ya no la regañamos cuando habla sola, ni rompe juguetes para culparlo a él y llamar la atención. Como nos indicó la psicóloga, nuestra preocupación desaparecería al entender que es una etapa pasajera.

Pero esta noche la he descubierto llorando a escondidas. Dice que odia que se oville en nuestra cama y nos dé un beso en la mano; que nunca le gustó, y que ya venía con la casa nueva.


martes, 27 de abril de 2021

Mula de carga

 


Regresaba siempre a casa acompañada de su dueño. Después de todo un día de trabajo, se arrellanaba junto al hogar para buscar descanso. Él le acariciaba el pelo castaño y encrespado, y murmuraba: «La existencia es sacrificio».

Juana miraba la lumbre, tragaba su dolor y soñaba con ser la protagonista de su propia vida.

Por eso, aquella noche decidió entregarlo a él en ofrenda mientras dormía. Porque las mujeres como ella no entendían de metáforas, pero sí de matar a degüello al cerdo que tocara.


lunes, 26 de abril de 2021

El sueño del baobab


Mi amor:

Tú no lo sabes, pero ya es otoño ahí fuera. Tu estación favorita. Aunque hace tiempo que dejé de mirar los meses en el calendario, algo ha hecho que mis pasos se detuvieran en mi paseo diario hasta aquí. Ha sido el sonido de las hojas ocres bajo los pies lo que me ha sacado de mis pensamientos. Solo entonces he sido consciente de que el viento ha cambiado, ahora hay menos claridad en el paisaje y hace más frío. Mucho más frío. Es curioso cómo una minúscula señal en mi cerebro ha desplegado sus hilos por todo mi cuerpo para provocar un incendio en pleno corazón. Bien podría haber ardido toda la hojarasca en ese instante, que el mundo me hubiera encontrado esta mañana convertido en cenizas.

Teníamos planes para estas fechas. ¿Lo recuerdas? Una escapada hacia el sur para conocer esos árboles que tanto te gustan. Siempre dices que los baobabs son como los avestruces del mundo vegetal, que parecen esconderse bajo tierra para hacerse invisibles y no ver el peligro. Así es mi vida ahora, Elena; como una premonición que ha puesto mi universo del revés, y tu luz, esa con la que solías iluminar cada rincón de nuestra casa, ha desaparecido.

Esto no entraba en nuestros proyectos, ¿verdad? Ninguno pensó jamás que este viaje lo emprenderías sin mí, sin tu risa contagiosa, sin nuestros sueños. Aquel maldito cruce decidió que ya no habría más camino que recorrer, y me dejó tu cuerpo inerte y un destino del que ahora no sé hacerte regresar. Observo esta cama que te anudó las alas y me pregunto si, cuando despiertes, recordarás cómo era volar. Porque despertarás, y me encontrarás aquí para darte impulso. No me canso de decírtelo al oído, de gritártelo en mis besos, de escribírtelo con mi dedo en la palma de tu mano. Te amo.

He tenido que perder tu aliento en mis labios para darme cuenta de dónde provenía el aire que llenaba mis pulmones. Una burbuja de oxígeno se quedó prendida en tu almohada y, al despertar, me trajo el aroma de tu piel bajo las sábanas. Otra explotó sobre el sofá donde cada tarde se arremolinaban nuestras palabras, y me devolvió cada conversación. Tu voz. Nunca te hablé del hambre de caricias que me provocan tus susurros.

La más frágil la traigo guardada en el bolsillo. La encontré flotando en un cajón mientras buscaba el consuelo de tus cosas. Esta la haré estallar en el momento en que coja tu mano para decirte que nuestra pequeña ha dicho su primera palabra.

Prométeme regresar, mi amor, antes de que en mi desesperación consuma mi última bocanada.

Eternamente tuyo.

Miguel


Segundo premio del XV Certamen de cartas de amor y desamor «Los Novios de El Mojón», del Ayuntamiento de Teguise (Lanzarote).

 

domingo, 7 de marzo de 2021

Las puertas del mar

#HistoriasDePioneras




Cuanto más alto es capaz el ser humano de levantar el vuelo, más cerca está de convertirse en un dios. Sin embargo, desde aquí arriba el mundo adquiere otra perspectiva, y nadie desearía tener en sus manos ese poder.

Me alejo de la frenética actividad del puerto a tantos metros como me permite la altura de esta grúa. Vistos desde aquí, los contenedores de mercancía se asemejan a un «tetris» de piezas ligeras que deben encajar.

A estas horas los muelles parecen un hormiguero, un ejército de operarios perfectamente estructurado. Las hormigas no son cualquier insecto. Trabajan sumando esfuerzos para sobrevivir; por eso cada tarea está planificada minuciosamente. A pesar de todo, en ocasiones acude a mi mente la imagen de un niño dejando caer un ladrillo sobre una fila negra y concurrida, y entiendo el significado del caos. Pero, mientras ellas son esclavas del azar, nosotros hemos aprendido a controlarlo.

Esa certeza es la que hace que disfrute de mi trabajo, y me recuerda que todo el esfuerzo realizado hasta alcanzar las nubes de la costa ha merecido la pena. Ya no importa que en el camino de regreso a casa haya algún «zángano» molestando. Siempre sonrío al pensar que el hormiguero funciona como un matriarcado. Esa es mi suerte: ser la primera mujer estibadora de este puerto.

Mi nombre es Carmen. Así se llamaba la madre de mi abuela, de la que heredé un lunar en la mejilla y la mirada siempre puesta en el horizonte.

Fueron muchas las veces que mi bisabuela pisó este lugar, y no le faltaron ocasiones para zascandilear por la zona observando el trajín incesante del desembarco de mercancías. Cuentan las antiguas voces de la familia que fue precisamente en uno de esos atraques donde conoció al amor de su vida.

Nada dicen de si mi bisabuela fue feliz ya de casada, cuando los hijos llegaron y las labores propias del hogar la anclaron a otro puerto, tierra adentro.

Cierta mañana de abril, hace tanto tiempo como mareas se han sucedido en un siglo, fondeó en estos muelles un buque de línea regular de la Compañía Trasatlántica Española. Las expertas negociaciones del capataz con la naviera hicieron que se asignaran los trabajos a la colla de mi bisabuelo.

Con la premura del encargo de aquel día, los diez hombres se afanaban en las tareas de estibar los pesados cajones. Veinte manos hábiles que seguían una rutina perfectamente hilvanada. Pero hay costuras que, si no llevan buenas puntadas, terminan por romperse. Quizás el exceso de confianza, o el no revisar los elementos de izado, fueran la causa de que, debiendo acometer las maniobras desde una gabarra para agilizar el embarque, una de las eslingas se partiera y el peso de aquella carga oscilando sobre el mar aplastara, al caer, el brazo del bisabuelo.

En el hospital debieron de menear la cabeza con pocas esperanzas cuando vieron el destrozo, y allí mismo se dejó su extremidad izquierda y el futuro de su familia. Supongo que nadie está preparado para algo así. Pero, cuando la tormenta arrecia, solo hay dos opciones: ceder al embate de las olas y naufragar, o plegar las velas y presentar batalla.

Carmen era una mujer con muchos arrestos y, mientras bregaba con sus quehaceres y con la rabia de su mala suerte, no le quitaba ojo a los muelles. Así fue que, sin ingresos en casa, se presentó en el puerto ataviada con indumentaria masculina a reclamarle al capataz el trabajo de su marido. No debió ser fácil doblegar la férrea negativa de los portuarios ante tan absurda petición, pero, si hay algo que se hereda de una generación a otra en las mujeres de mi linaje, es la persistencia. Tal habilidad pudo con los estibadores, que cedieron a tenerla entre ellos, si bien la liberaron de cargar pesos y otros trabajos físicos.

Durante largo tiempo, la estibadora cumplió con encargos menores, e hizo las veces de «aguaora». Pero a nadie le fue ajeno que, entre una faena y otra, se detenía frente a las cadenas y ganchos, y repasaba despacio los elementos de izado que dormían a la intemperie. Muchas cuerdas, e incluso los nuevos cables de fabricación inglesa que llegaban a los muelles de carga, pasaban por su disimulado examen. Su valiosa actividad se convirtió en una garantía de protección para sus compañeros, que con una mirada sabían qué equipos habían de descartar.

Pasados unos años, Carmen «la vigía» se convirtió en su ángel de la guarda, y la huella de la estibadora quedó impresa en las retinas de quienes estuvieron compartiendo sus faenas y, desde entonces, ninguno de ellos volvió a jugarse la vida sin antes echar un vistazo a los arreos al empezar la faena.

Desde mi atalaya de metal vuelvo a poner los ojos sobre el puerto. El tiempo ha colocado una pátina de progreso sobre el muelle, y apenas queda nada del paisaje que se dibujaba en este lugar en el pasado.

De la fotografía en sepia que me acompaña en cada maniobra solo se adivina el azul de un mismo mar ondeando en la costa. Pero ni los barcos que recalaron en este punto del planeta ni los rostros de esta imagen son ya los mismos. Solo la sonrisa difusa de una mujer, camuflada entre el grupo de hombres, se mantiene intacta con los años, tal vez porque me reconozco en ella. La vida y el trabajo se unen de manera indisoluble cuando encuentras tu lugar, como pequeñas piezas de un engranaje que hace funcionar el mundo. Desde la palabra amable que cruzas con alguien al empezar la jornada, a la precisión con la que mueves los hilos de una carga. 

Y, si alguna vez el peligro viene a buscarme desde barcos que bien pudieran parecer fantasmas, ya cuento con mis propios espíritus: esos que me soplan en la nuca para recordarme de lo que soy capaz.


lunes, 15 de febrero de 2021

Recetario para la melancolía

 


Mi abuelo, Don Enrique como solían llamarlo en el pueblo que le vio nacer, dejó atrás Aracena acompañado de su esposa, para abrir una librería en Madrid.

Cuentan que a mi abuela Soledad la consumía la nostalgia de su tierra, y él, no sabiendo cómo consolar su pesar, mandó trasladar una encina desde la antigua finca hasta el patio del nuevo domicilio, junto con un gorrino que comía las bellotas que de aquella caían. Mas tan titánico trasplante no bastó, pues en las tardes de lectura ella seguía regando con lágrimas de añoranza las raíces del árbol con cuyos frutos engordaba el cerdo.

Quiso mi abuelo, cuando llegó San Martín, agasajar a los amigos con los torreznos provenientes del animal. Dicen que las intensas emociones que aderezaron este manjar, aliñado de llanto y versos, le confirieron un peculiar sabor, y que todo el que lo probaba se veía embargado por una inmensa tristeza y abandonaba emocionado la casa familiar. Desde aquel momento ese lugar se convirtió en un templo de nostalgias y del buen yantar, y tal efecto aún perdura, a lo largo de los años, en la pluma y en el recetario de las mujeres de nuestro linaje.


jueves, 4 de febrero de 2021

El dilema de Vitruvio

 



Marco ha construido una noria junto al río. Ahora la corriente empuja los engranajes del molino en el que la campesina molerá el trigo. Ella no sospecha que el pulso del ingeniero bombea al ritmo al que gira la rueda. Desde que la conoció, el romano tiene un serio problema de ingenio. Su corazón de lana cubierto de acero ha prendido en llamas de un flechazo, y la combustión lo ha convertido en una caldera.

De momento se limita a bañarse en el agua mientras resuelve cómo acercarse a ella, que, por algún defecto de fabricación, es altamente inflamable.


domingo, 24 de enero de 2021

Aluminosis

 


Estas humedades que me están matando han dejado un color desvaído bajo mis ojos. Se ve que mi piel no está hecha para el frío de esta casa y, con cada grado en descenso, se extienden hacia el resto de mi rostro. Ya no importa que las cubra con una capa de pintura para devolver el arrebol a mis mejillas. El aliento gélido de tus palabras hace que afloren de nuevo, agusanadas y blandas.

Me gusta esta nueva palidez que camufla mi cuerpo en el blanco roto de la pared. Lo prefiero al rojo chillón que tiñe mi boca cuando eres tú quien descubre mi fantasma.


sábado, 23 de enero de 2021

Cazado

 



La puerta que abre los recuerdos de la infancia no entiende de generaciones. Al mirar por el hueco de la cerradura, contemplamos las risas intactas de los niños y los mismos juguetes dormidos en los dinteles.

Pero venid, asomaos. Si observáis a través del oxidado ojo, encontraréis que hoy la chiquillería anda revuelta. Cuatro amigos cumplen castigo en la biblioteca del convento por robar naranjas a los monjes. El prior les ha impuesto la tarea de ordenar alfabéticamente los viejos manuscritos.

Y ahí están, en pleno proceso creativo. El más espabilado ha trasladado un tomo al suelo, debajo de la ventana. Los demás en seguida entienden el juego. Estratégicamente van amontonando libros, e improvisan una escalera hacia su libertad. ¡Mirad cómo corren! Estos gandules nunca aprenderán nada.

Pero… un momento. ¿Qué esconde el pelirrojo bajo la blusa? Un dragón sobre una página debió haber llamado su atención. Con el brillo de la curiosidad en los ojos, espera que nadie sepa que ha tomado prestado el último «escalón».

¿No es increíble presenciar cómo las musas escogen a un futuro escritor?


martes, 19 de enero de 2021

Reconciliación

 



Tu mirada en un  segundo 

prolongado de preguntas

sin respuesta.


El alma esquiva 

y la palabra muda,

que vuelve gris 

este juego azulado.

Míranos: uno libre; 

otro, atrapado.

 

La presencia dulce 

de tu voz perdida;

el hallazgo hambriento 

de mi piel fundida.


Calla la verdad.

Grita la herida.

Se dispersan los deseos

en la yema de tus dedos.


Más te miro.

Más me miras.

Quiebras el tallo

y vuelves néctar la savia 

de esta rama erguida, 

borracha de amor 

y de caricias.


Tu mirada en un segundo 

prolongado de susurros 

enredados en mi pelo.

Calla el mundo.

Grita el fuego 

de tus labios llenos.


miércoles, 6 de enero de 2021

Salto al vacío

 



Primeras palabras,

apenas balbuceos,

nacen y mueren antes

de alcanzar tu cielo.

 

Doy un paso al frente,

disimulo valentía,

enredo mi voz a tu cuello

murmurando deseos.

 

Crecen, sutiles y atrevidas,

las frases en mi boca.

Más cerca.

 

Los susurros rozan la piel

y aligeran, perversos, el cuerpo.

Sé lo que quiero.

 

Alcanzada la meta,

mis labios pronuncian tu nombre.

El miedo muta a trueno,

rompe la crisálida silenciosa.

 

Tu aliento en mi aliento

desnuda esta historia,

y los sueños, inquietos,

alzan el vuelo.



viernes, 1 de enero de 2021

La favorita

 



Exactamente lo mismo que decía cuando estaba viva. Pero ahora lo escribe en el vaho del espejo con su letra redonda, o lo cose a punto de cruz en su bastidor; incluso se lo susurra a mamá de madrugada mientras me hago un ovillo en su regazo. No sabe que solo yo puedo sentirla.

Por eso ya no importa cuánto insista. Esta vez nadie escuchará su voz acusica siempre gritando: «Ha sido ella».