domingo, 12 de junio de 2011

Tocada








¡En guardia!

Algo en su interior estaba a punto de explotar. Al menos esa era la sensación que la invadía durante los últimos días. Nada conseguía serenar aquel impulso irrefrenable de gritar, de golpear, de maldecir el aire que respiraba. Era la única manera de no dejar caer sus pensamientos en la nostalgia y no añorar, hasta el dolor, un pasado que difícilmente regresaría. Esos eran sus demonios. El tiempo le robaba los deseos de estar en otro lugar y en otra vida. Cruzó la sala ya preparada, con el arma en la mano y el rostro cubierto por la careta. Se sintió protegida de la mirada interrogante del maestro, acostumbrado a verla aparecer con las zapatillas sin anudar y el peto medio desabrochado. Solo deseaba empezar cuanto antes, y lo esperó en guardia. Entonces, toda la rabia acumulada se expandió desde su brazo hasta los dedos que sujetaban la empuñadura del florete, haciendo vibrar su filo. Emprendió la marcha hacia su contrincante, dibujando en el aire movimientos poco certeros. Había olvidado que en el arte de la lucha las emociones han de retenerse en el borde mismo de la piel. Pero el instante la venció y su desconcentración se hizo patente.

Lección de esgrima

         El profesor de esgrima la encontró tan salvaje en la marcha, que detuvo el combate para cambiar sus armas. Le entregó una espada, más pesada, pero que intuía más ajustada a la carga que sostenía en aquel instante el alma de su alumna. La misma que siempre aparecía fuera del horario establecido, al libre albedrío de sus impulsos y de su propio reloj. La que hoy había cruzado la sala, con paso sigiloso, y se había presentado frente a él, protegiendo algo más que el rostro tras la careta. Si sus movimientos desordenados pretendían magullar aún más sus extremidades, al menos seguirían las reglas del juego. Sostuvo sus embates tendenciosos con diestras estocadas y, cada vez que la punta abotonada tocaba el torso, la chica parecía revolverse aún más enfadada. Difícilmente aquel duelo iba a llegar a alguna parte. Volvió a colocarse en guardia, y avanzó hacia ella frenando sus pasos. Podía intuirla más allá de sus intenciones; de sobra la conocía. La espada experta la hizo retroceder y, en un último intento por evitar que el arma llegara a tocar sus piernas, cayó al suelo. Él sabía que ocurriría.

¡Touché!


Alargó su mano para recuperar la espada, pero él ya se había acercado lo suficiente para impedírselo. Inclinado junto a ella, retirada la protección de su rostro, esperaba que ella hiciera lo mismo. Agotada y con la respiración agitada, dejó su mirada al descubierto, como precio a la derrota que acababa de sufrir. Demasiado cansada para huir de aquella situación, observaba al hombre que la había dejado en ese estado de desconcierto. Era obvio que no pensaba dejarla ir tan fácilmente, a juzgar por las preguntas que flotaban delante de sus ojos y que esperaban una respuesta. Lo vio por primera vez después de infinitas clases, y se preguntó cuándo había empezado a ser tan transparente. Tal vez las armas ya habían hablado lo suficiente.