sábado, 22 de octubre de 2011

Tarta Sacher

     






Aquellas delicias azucaradas endulzaban sus días, y dejaban cada uno de sus pensamientos anestesiados. Como terrones de azúcar, imperecederos, permanecían atrapados en un presente dulce y placentero. Un hogar tibio transformado en un suave bizcocho de yogur suave y esponjoso, como una caricia de las manos artesanas que lo habían elaborado con mimo. Un deseo perdido en la vaporosa nube de un algodón de azúcar rosa, como una sonrisa infantil. Tan fácil deslizarse por aquella vida de sabor casero, de aromas de canela para salir de la rutina. 
     
Pero una mañana la descubrió. Una tarta Sacher tentadora le esperaba al otro lado del escaparate. El único placer secreto que había desterrado de sus papilas gustativas. El chocolate. Sintió el cosquilleo familiar de una pasión dormida durante mucho tiempo, y un vértigo, oscuro y espeso, lo sumergió en el recuerdo de un humeante chocolate a la taza, derritiendo las palabras que empapaban sus labios. La memoria lo llevó de estación en estación transformando el estado de miles de pepitas de cacao, al mismo ritmo que sus deseos. Cubriendo un helado compartido para refrescar la piel ardiente o fundidas en el cuerpo de un bombón que devoraba a mordiscos imaginando otro destino para su boca.
     

Cerró los ojos, y en algún lugar de su mente el deleite experimentado en el pasado amenazó con derribar sus defensas. Una tentación que lo hizo tambalear. Debía ser suya a cualquier precio. En aquel breve parpadeo, como un espejismo, la tarta Sacher desapareció de su vista. Bastó el suave tintineo de la campanilla, al cerrarse la puerta de la pastelería, para comprobar que el joven que salía de ella se alejaba de allí con el objeto de su deseo. No pudo verle el rostro. Solo pudo ver, desde la distancia, cómo sujetaba su trofeo con una mano, y con la otra blandía su bastón a modo de sable, celebrando su conquista.