lunes, 27 de febrero de 2012

Al descubierto

   

      Queríamos ser libres. Alzar el vuelo para no sentir que nuestros pies estaban demasiado anclados a tierra. Hallamos un lugar para narrar historias de mundos inventados, de risas, de juegos, de manos enlazadas. Y así, nadábamos en el silencio de los deseos, creando un universo paralelo que ensanchábamos a nuestro antojo, cuando el nuestro era demasiado pequeño.
Tiraste de mí hacia el cielo, para que mis alas se desplegaran por primera vez, y tú dejaste atrás tu mar, para escribir nuevas aventuras en tu cuaderno de batalla. Nada era comparable a esos instantes de cordura. Donde éramos quienes somos. Donde un leve roce quebraba en dos la sensatez y despertaba el ingenio. Allí estaba nuestra libertad. Viva, ardiente, audaz.
      No calculé que, al cruzar el umbral de una mirada y sellar el destino con un beso, volvería a quedarme atrapada de nuevo. Queríamos ser libres y, ahora que el tiempo se detiene, estoy a punto de dejarte caer de nuevo sobre las olas, para devolverte tus sueños imposibles.



De la frase de El Cuentacuentos: "Queríamos ser libres."

martes, 14 de febrero de 2012

Cuenta atrás

   




      



      Deseaba que fueras tú. Lo deseaba con toda mi alma. Te había esperado durante toda la vida. Ahora que había probado tus caricias, tu piel, tu sabor, no podía pensar que la tarde tuviera un final.  Consciente de lo efímero de aquel instante, te observaba dormir desde aquel ángulo de la habitación. Con las piernas cruzadas sobre la silla, dejando que el sol del atardecer calentara mi espalda, apenas podía pensar, solo sentir y presentir que la felicidad que se acomodaba con tanta facilidad en mi interior no estaría allí por mucho más tiempo.


Nunca antes había besado tus labios y, sin embargo, ya conocía tu alma. Me quedé atrapada en las palabras que me regalaron tu mundo y, en el segundo en que nuestras miradas se cruzaron, me adentraste en él para siempre. Te miraba una y otra vez, en el gesto placentero que dibujaba tu rostro. En tu sueño sereno, añoraba tu despertar, donde apenas minutos antes habías devorado el deseo, tanto tiempo guardado. Y donde la dicha te susurraba más amor, la verdad de mi universo iba rasgando mis entrañas. Nunca serías para mí. Yo nunca sería para nadie más. Allí se quedaron prendidos nuestros sueños, esperando nuestro regreso.

De la frase de El  Cuentacuentos: " Deseaba que fueras tú. Lo deseaba con toda mi alma."

martes, 7 de febrero de 2012

Falsas señales.

   

      El globo rojo trataba de esquivar aquella multitud sobre la acera. Finalmente consiguió doblar la primera esquina y, tras él, en una inesperada carrera multicolor, le fueron siguiendo tres globos azules, dos naranjas, otro morado... Elena estaba sentada en uno de los bancos de la plaza, en la parte trasera de la catedral, y observaba sorprendida cómo aquel colorido grupo ascendía vertiginosamente en dirección al cielo. Pensó que tal vez aquello era una señal. El preámbulo de un día emocionante y feliz. No importaba si él llegaba algo tarde a la cita. Estaba segura de que aparecería.
Martín y ella tenían muchas cosas de las que hablar. Millones de palabras que habían mantenido en silencio durante los últimos dos años. Dos años compartiendo horas de oficina, proyectos interminables e infinitos cafés. Demasiado lejos de la vida real. Al menos eso pensaba ella. Hasta el día anterior. Aún no entendía cómo no se había dado cuenta de que en aquellas pequeñas confidencias, diluidas en la rutina del trabajo, había entregado algo más que su tiempo. Tal vez ese viernes la reunión estaba condenada a ser un desastre, y el agotamiento, al final del día, la arrastró hasta su sonrisa reconfortante. No había previsto, en el escaso margen de un cruce de miradas y un viaje en ascensor, que acabaría derritiéndose en su boca antes de llegar a la puerta de salida. Por eso estaba allí, a escasas horas de aquel beso, esperando que él apareciera.
      —Una cita de verdad en un contexto diferente —le había susurrado al despedirse.
      Pero ahora Elena dudaba de que él la hubiera oído. Miró el reloj para comprobar la hora. El retraso había devorado el tiempo cortés de espera, y empezaba a tragarse una a una las expectativas de la chica. Lo conocía lo bastante bien como para aceptar tamaña impuntualidad como una opción posible. Volvió a mirar hacia el azul de aquella soleada mañana, y observó que ya no quedaba ni rastro de aquellos falsos mensajeros de colores. Pensó que se habían evaporado, al igual que sus ilusiones. Entendió que aquel era el momento de regresar a casa.

      Mientras cruzaba la plaza, ensimismada en su propia decepción, no llegó a percatarse de la multitud que seguía arremolinada una calle más abajo. Tal vez, si lo hubiera hecho, hubiera podido descubrir a Martín, malherido y aún en el suelo junto a su moto, maldiciendo a aquel vendedor de globos que se había cruzado en su camino.

De la frase de El Cuentacuentos: "El globo rojo trataba de esquivar aquella multitud sobre la acera".