sábado, 26 de julio de 2014

Desplegar alas



                     

Me encontraste encerrada en mi mundo hermético y circular, estático a las emociones. Al primer roce, abriste una grieta que cosí con puntos de sutura, y te miré desafiante. Al segundo, me hiciste rodar hacia el precipicio, y me cubrí de algodones para amortiguar el golpe. Cerré los ojos, y me preparé para el impacto.
El empujón final no llegó. Solo vino un soplo de aire que me levantó el flequillo y ablandó mi envoltura. Después, las palabras penetraron atravesando un universo ya debilitado. Al fin, los susurros me alcanzaron y, una tras otra, se fueron despegando las distintas capas de mi piel: jirones de mis miedos que sostenías en tus manos.
Cuando ya no quedaron  barreras, me miraste por primera vez. Bastó tu abrazo silencioso para que dejara de importarme caminar junto al filo. Entonces me tomaste de la mano, y lo supe. Estaba lista para saltar. 


lunes, 21 de julio de 2014

Hiperrealismo



Eras una ninfa en un bonito lago de aguas cristalinas. Un buen día desapareciste y me dejaste un pequeño pez naranja,  y el piso inundado. Cuando he llegado a casa, he buscado al ángel que pinté en mi cielo raso, pero solo estaba este pájaro azul, y las nubes amenazan tormenta.
Estoy dispuesto a encontrarte en el mismo infierno; aunque debería sacar de aquí todo lo que pueda arder. Por lo que pueda pasar. 



domingo, 20 de julio de 2014

La última lección





El calor es sofocante en esta habitación. La música hace rato que quedó amortiguada bajo mi pulso agitado; el latido frenético que amenaza con hacer saltar mis venas. Ella sigue ahí, esperando la siguiente partitura. No sé en qué momento mi mirada se desvió hacia su blusa transparente, dejándome adivinar un tatuaje, apenas los vestigios de una flor. El aroma que desprende mantiene mis músculos tensos y agotados los pulmones, que intentan respirarla a esta distancia.
Cierro los ojos, y alejo la visión de su cuerpo, endiabladamente joven, pero mi cerebro se derrite igual que la ropa sobre su piel. La imaginación se abre paso a mordiscos de deseo. 
De nuevo las notas sobre el piano. Se escapan como lenguas de fuego lamiendo su nuca, sus hombros, su espalda. Contemplo extasiado cómo la melodía se enreda en sus manos, descendiendo por su pecho y muriendo entre sus muslos.
La pieza acaba, y mi corazón se detiene. Ella me observa complacida mientras me desplomo sobre el suelo. Satisfecha con su juego, la Muerte, aún desnuda, se aleja entre las sombras. 

viernes, 18 de julio de 2014

Condensando emociones




Pensé que estaba preparada para convertirme en nube. Cuando empecé a subir, y tuve todo el cielo para volar, me estiré cuanto pude para disfrutar de mi recién estrenada libertad. Llegué tan alto, que las corrientes de aire me arrastraron sin control, haciéndome oscilar; entonces supe que viajar demasiado rápido me producía vértigo. No me importó mucho; las cosquillas de la velocidad me volvían más liviana y blanca.  Por eso conseguí acercarme al sol. Bajo sus rayos,  mi silueta se proyectaba enorme sobre la superficie de la tierra, y me sentía distinta a las demás. Allí arriba solo yo podía filtrar su luz, y él lo hacía con mis sombras.
Cuando la noche se llevaba a mi compañero, la soledad me embargaba, y vagaba de un lado a otro hasta encontrar más nubes; me apretaba contra ellas, y me quedaba observando los pequeños guiños que me dejaba sobre la luna. Las noches de absoluta oscuridad, en las que las señales no llegaban, la tristeza se instalaba en mi interior. Me volvía gris y pequeña, y tan irascible que podía verse el resplandor que producían mis propios relámpagos.  Pero siempre volvía a amanecer.
La tarde del eclipse dormitaba en cielo raso. Una fría ráfaga de aire me atravesó por entero y, cuando quise darme cuenta, mi adorada estrella solar ya no calentaba mi húmedo cuerpo. La luna, inmensa y poderosa, se había interpuesto entre nosotros,  y él la abrazaba regalándole toda su luz.  El dolor de su pérdida me hizo descender poco a poco, mientras mis lágrimas me volvían frágil y débil. Apenas fui consciente de cómo sucedió, pero, sin darme cuenta, terminé deshaciéndome sobre el mar.
Nadie me dijo que las nubes somos efímeras, y que el sol siempre regresa, libre y eterno. Ahora espero en cada marea que él se acerque lo bastante a mí, para que vuelva a elevarme de nuevo.

martes, 15 de julio de 2014

El pacto




No importa cuántas veces rompas el espejo; tras los cristales rotos siempre estarás tú. El rencor dejó de ser un reflejo en tus ojos para convertirse en lo que ahora ves: pura ira.  No puedes defenderte del mundo que te aísla con una piedra; la vida es dura, y tú una ingenua.  Es tan fácil empezar a existir en este lado si lo deseas... Solo tienes que cruzar hasta mí, y dejarás de tener miedo. Una sola cosa quiero a cambio: tu alma. 

lunes, 7 de julio de 2014

Futuro versus Natura


La llamada a concejo deja el pueblo en silencio. El viento de la modernidad callejea por las cuestas empedradas silbando bajo las puertas de las casas, pero nadie lo escucha; el bosque ha cerrado el cerco, y las ramas de los árboles cimbrean aún más fuerte, ahogando el siseo. Dentro del salón, los vecinos van desfilando frente a la diosa del progreso: un modelo a escala de la nueva central eléctrica. Los forasteros invitados hablan de sus bondades y, con cada palabra, se suavizan las manos agrietadas, se arrumban los aperos, y se asfaltan los caminos. Se miran unos a otros, y asienten complacidos. Se acomodan, aguardando al miembro más anciano de la comunidad.

Cuando Nicasio, el pastor, cruza el umbral, trae consigo el olor del campo, su cayado, y un puñado de guijarros del manantial. Todos saben de dónde viene. El hombre contempla la maqueta, meneando la cabeza. Las Xanas no tienen voz ni voto, pero sí cantos rodados que atoran a su antojo la bajada del arroyo a los riegos. La mitad de la asamblea tuerce el gesto; la otra se encoge de hombros. Ya hablaron todas las partes. A puerta cerrada, comienza la votación.



martes, 1 de julio de 2014

Ojos que no ven, corazón que siente





Las tardes en casa de la abuela son cálidas y dulces. Ella prepara en la cocina sus mejores pasteles. Miguel, en su oscuridad, va incorporando a su cerebro los ingredientes que nunca ha visto, a través de sus aromas. La canela se convierte en un remolino de viento suave; el caramelo, en una caricia para el paladar; el chocolate, en una merienda en el parque; y la vainilla, en la tibia y agradable sensación que acompaña al hogar.
De repente, todos sus sentidos se detienen y de su interior brota un recuerdo indeleble. Un familiar olor lo inunda todo. "¡Mamá ha llegado!”,  exclama feliz.