viernes, 9 de julio de 2010

Historias de la campiña


Segundo desafío de mi Travesía Literaria. Seguimos en el mismo Estado, California, pero en este nuevo viaje la premisa que nos guía es una boda. Es un texto independiente del anterior, Un tranvía para Ana. Era condición ineludible. Veremos en el futuro a dónde nos lleva todo esto…

”Thomas Sandler y Caroline Saint-James tienen el placer de invitarles a su enlace matrimonial, que tendrá lugar el próximo 29 de septiembre en la hacienda familiar “Real Montealto”, en el Valle de Napa, California.”

Sofía depositó sobre su regazo el puñado de antiguas fotos que había estado mirando. Desde la parte más alta de la colina, sentada bajo el viejo roble, podía contemplar todo el valle. Entornó los ojos para protegerse de los primeros rayos de sol que empezaban a rayar el horizonte, y la imagen que surgió parecía detenida en el tiempo, como una postal. El viñedo se extendía hasta donde la vista alcanzaba, y ahora, a punto de comenzar la vendimia, aparecía como un espeso entramado verde que inundaba de frescor el aire y le daba cierto sabor dulzón. Sofía pensó que no había ningún paisaje en el mundo comparable a aquel lugar. 

Cerró los ojos, y el pensamiento la llevó sesenta años atrás, cuando aquellas tierras recién cultivadas empezaban a verse inundadas de pequeñas cepas sembradas con extremo cuidado. Ella apenas contaba dieciocho años cuando llegó junto a su madre, desde Chile, al Valle de Napa. Su padre, hombre decidido y conocedor del mundo de la vid, ya había entregado, tiempo antes, su vida entera al proyecto de otro hombre, el señor Saint-James, propietario de la extensión de tierra más grande que jamás hubiera visto. Ambos habían vendido su alma a un solo propósito: convertir aquella tierra en la mejor reserva de vino del mundo. Nunca imaginó que aquel sueño, que entonces le era tan ajeno, se convertiría en centro de su universo de la mano de Peter, el hijo del patrón.

La primera vez que sus miradas se cruzaron, supieron que estarían destinados a compartir sus vidas. Aquel joven californiano de ojos azules, y diez años mayor que ella, le enseñó a amar su nueva tierra y conocer todos sus matices. Se enamoraron perdidamente el uno del otro, pero aquello acarreó un dolor y un sufrimiento a sus familias que nunca hubieran deseado. Ella era una criatura de piel morena y ojos negros que recordaba a unos y a otros de dónde provenía. La hija del capataz nunca debía haber puesto los ojos en un miembro de la familia Saint- James. Peter sufrió una presión aún mayor por parte de los suyos, y la decisión de alejarlos no se hizo esperar. Él permanecería en “Real Montealto“, y a ella la enviarían a San Francisco. Por eso, cuando aquella madrugada fue a buscarla, la encontró en plena agonía por el dolor de la separación. Se vio arrastrada de su mano hacia lo alto de la colina y allí, bajo un roble, y en compañía de dos trabajadores de la hacienda, el padre Samuel los convirtió en marido y mujer.

Aquello había supuesto el alejamiento temporal de sus familias; no había cabido otra solución para evitar los conflictos entre ambas partes. Vivieron en San Francisco durante un tiempo, pero los hijos que llegaron, y el miedo de Saint-James a perder a su único heredero, les hizo regresar del nuevo al valle. Allí comenzaron una nueva vida, ligando su sangre a la savia que corría por cada vid de aquella tierra.


Sofía recostó su cuerpo sobre el grueso tronco y volvió a mirar las fotografías. En una de ellas aparecía la pequeña Carol en sus brazos. Su adorada nieta. Después de cinco nietos varones, la llegada de una niña a la familia había llenado de renovada alegría su corazón de abuela. Quiso el cruel destino arrebatarle a Carol crecer junto a su madre y, aunque el dolor por la pérdida dejó un hondo vacío en el corazón de su hijo menor, el tiempo supo curar heridas. Así, mientras el padre de la niña se dedicaba por entero a gestionar la bodega y promocionar los vinos de la familia Saint-James, ella tuvo la oportunidad de criar bajo su tutela a la pequeña. La misma criatura que, treinta años después, había decidido casarse y celebrar su boda en “Real Montealto”. Por fin una boda en la hacienda. Sofía sonrió para sí. La segunda.

Carol miraba desde arriba las guirnaldas de flores blancas y yedra enroscadas alrededor del pasamanos de la escalinata principal. En el recibidor se habían dispuesto varios centros, adornados de manera similar, que le conferían a la casa un aspecto fresco y luminoso. Bajó los escalones de dos en dos, y se dirigió hacia el porche trasero para supervisar el resto de la decoración. El camino del jardín estaba delimitado por cintas de raso blanco, anudadas a una hilera de pilares de columna, que terminaban en el cenador de glicinas. En el interior se había colocado un arco de emparrado con enormes pámpanos verdes y cuajado de preciosos racimos de uvas. Debajo, el altar para la ceremonia.

Todavía era temprano, y no había apenas movimiento por los alrededores. Sin embargo, como en muchas ocasiones después del amanecer, la abuela venía bajando por el sendero hacia la casa. Carol la observó con admiración. A pesar de su avanzada edad, remarcada por su pelo intensamente blanco y el bastón que le servía de apoyo, seguía teniendo una cadencia majestuosa al andar. Aunque no se parecían físicamente, ella pensaba que había heredado su temperamento y se sentía profundamente orgullosa de ello.

—Carol, cariño ¿qué haces ya despierta? —dijo Sofía, acercándose a ella.
—Tom ha ido a recoger a sus padres y a su hermana al aeropuerto de San Francisco. He aprovechado para levantarme también y dar una vuelta.
—Quedará todo precioso. —La abuela alzó el bastón señalando las carpas repartidas por el jardín y las mesas a medio montar.
—Sí. Papá ha contratado a la mejor empresa de festejos para una celebración perfecta —respondió con cierta sorna.
Sofía la miró con reproche.
—Tu padre sólo quiere lo mejor para ti. Eres su única hija.
—Lo sé, pero, por mucho que intenté explicarle que deseaba tener una boda sencilla y familiar, no conseguí hacerle entender. Cuando le dije que quería celebrarla aquí, me dijo que él se encargaría de todo. —Carol puso los ojos en blanco—. ¡Por Dios! Siempre creí que eso era cosa de la novia.
—Ya sabes lo que le gusta a tu padre tenerlo todo bien atado —dijo en tono conciliador.
—Lo sé, pero tengo la sensación de que esto se le está yendo de las manos. Ayer me enseñó su lista de invitados ¡y es más larga que la mía! ¿Puedes creerlo?
La abuela sonrió. Podía creerlo. Su hijo conocía a medio Estado de California y era un hombre muy conocido y respetado en el mundo de la viticultura, aunque, pensó borrando por un instante la sonrisa, a veces podía ser excesivamente intransigente y dominante.
—Lo importante, querida Carol, es que no pierdas la ilusión por lo que vas a hacer.
—Eso es imposible, abuela. Mañana voy a casarme. Y lo voy a hacer con el hombre que quiero.

La joven dejó un beso sobre la piel morena y arrugada de su abuela. Aspiró suavemente el olor de la lavanda que había acompañado su infancia, envolviendo cada abrazo que habían compartido.
Sofía le susurró—: Solo lamento que tu madre no esté aquí para acompañarte en tu día, mi niña.
—Yo también, abuelita. Pero ¿sabes?, mañana echaré mucho más en falta la compañía del abuelo.
Sofía asintió en silencio. También ella iba a sentir profundamente la ausencia de Peter; aunque en su interior sabía que, donde quiera que estuviera su alma, la estaría acompañando.
Las dos mujeres caminaron hacia el interior de la casa, seguidas por la mirada triste de un joven que permanecía sentado en las escaleras del cenador. Observaba ensimismado a Carol, que no paraba de sonreír y gesticular moviendo su graciosa coleta rubia de un lado para otro. Pensó que estaba preciosa. Siempre lo había pensado, al menos desde aquel verano en que dejaron de jugar a esconderse de los mayores, subidos a los árboles, y empezaron a compartir confidencias y emociones más intensas.

La hija de Saint-James y el hijo del capataz habían sido amigos inseparables. Esperaban cada verano para regresar de sus respectivos lugares de estudio y encontrarse en aquel mismo lugar. Luego llegó la universidad, y el señor Saint-James le propuso a su hija seguir con sus estudios de música en Los Ángeles. Demasiado lejos para cumplir su promesa de encontrarse en San Francisco, donde los dos habían decidido estudiar. Ella no pudo renunciar a un futuro tan prometedor, y él lo comprendió, aunque, secretamente, sabía que aquella decisión repentina de ir tan lejos no había sido cosa de ella. Recordó cómo su padre los había sorprendido besándose en el cobertizo el verano anterior. La primera chica a la que había besado. Y la primera que le había roto el corazón.

—Hola, Gabriel. ¿Puedo sentarme? —La voz de Carol lo sobresaltó. No la había visto llegar.
—Estás en tu casa —dijo sin mirarla.
—Te estaba buscando. De hecho llevo tres días haciéndolo. ¿Me estabas evitando? —inquirió, enarcando una ceja.
—Sí.  —No merecía la pena mentir—. Llevo esquivándote desde que llegaste.
—Entiendo. ―Carol lo observó en silencio. La abuela tenía razón, debía haber hablado con él mucho antes. Parecía abatido y su voz sonaba diferente, más apagada—. Me han dicho que vas a casarte. —La ironía de sus palabras era evidente—. Espero que te guste el arco del altar; lo he hecho yo.
Ella miró sus manos, y vio que las tenía llenas de arañazos y cortes.
—No tenías por qué. Te has destrozado las manos.―Carol no entendía por qué lo había hecho.
—No te preocupes por eso, ha sido como una penitencia a mi suprema estupidez —dijo mirándola al fin a los ojos—. ¿Cuándo pensabas decírmelo?
—No sabía cómo hacerlo... Gaby, yo… no quería hacerte daño —contestó, incapaz de mantener la mirada.
—¿Y esperabas que no me enterara? ¡Maldita sea, Carol! Me paso media vida en casa de tu abuela ayudando a tu padre y al mío en las tareas de la bodega, ¿y pensabas que era mejor que lo supiera por ellos?
Se hizo un silencio frío e incómodo.
—Gaby… estoy enamorada de Tom —soltó al fin.
—Y yo estoy enamorado de ti ,Carol —dijo con la mirada perdida—. Es evidente cómo acaba el cuento. Él gana. Yo pierdo.
—No se trata de ganar o perder. Es una cuestión de sentimientos. No puedo evitar sentir lo que siento. ―Y bajando la voz, añadió—: igual que tú. ¿Sabes?,  si no te había dicho nada es porque pensé que, después de haber estado saliendo con él durante un año, y haberlo traído conmigo las últimas veces que estuve aquí, no iba a ser una sorpresa para nadie anunciar nuestro compromiso.
—No trato de juzgarte, Carol.
Él pareció bajar la guardia por un momento
—En estos últimos años has salido con distintos chicos que has traído hasta aquí. Todas fueron relaciones fallidas, y siempre estuve aquí para acompañar tu enfado y tu frustración. También yo he ahogado mi decepción con otras chicas refugiándome en ti. Es solo que esta vez también esperaba que fuera solo eso, una relación más. ¿Recuerdas cuando éramos niños y prometimos no separarnos nunca?
—Solo éramos eso, Gaby, niños. Las personas cambian, los sentimientos también. Te he querido muchísimo, aún te sigo queriendo, has sido mi mejor amigo en los momentos más difíciles de mi vida.
—Pero…
Él parecía saber lo que venía a continuación.
—Pero él ha despertado cosas en mí que hasta yo misma desconocía. Compartimos la pasión por la música, y me hace feliz cada segundo que estamos juntos.
—Es suficiente.
Gabriel se puso en pie. Claramente, no estaba dispuesto a escuchar nada más.

Esa era justamente la reacción que Carol intentaba provocar en él. No era el momento de darle falsas esperanzas, ni siquiera de disculparse por algo que ya había decidido desde el fondo de su corazón. Gaby debía quitarse la venda de los ojos. Cuanto antes abriera la herida, antes podría cicatrizarla. Al menos eso esperaba. Si había alguien a quien deseaba no causarle infelicidad con su boda, era a él. Aunque algo le decía que el daño ya estaba hecho.
—Espero que seas muy feliz, Caroline. Sé que cuando alguien te quiere debe alegrarse por tu felicidad. Siento no poder llegar a tanto. Al menos puedo decirte que Tom me parece un buen tipo.
Ella entendió que eso era más de lo que podía esperar.
—¿Vendrás a…?
—No, Carol. No asistiré a tu boda. Espero que lo comprendas.
Él mantuvo la mirada fija en los ojos de ella por unos segundos. Nunca más volvería a mirarla así. Aquello era una despedida, y los dos lo sabían.
Tom ya estaba de vuelta. Había dejado a sus padres en el hotel, y había regresado a la casa para echar una mano. Le apetecía estar con Carol. Desde que llegaron al valle, apenas habían tenido tiempo para hablar. La echaba de menos cada segundo.

Cuando la conoció en Los Ángeles, un par de años atrás, no imaginaba que aquella chica testaruda, que tocaba el violín con tanta pasión, iba a romper todos los esquemas de su vida. Coincidir con ella poco después, dando clases de música en la universidad, le había permitido conocerla más a fondo. Sus ambiciones, sus sueños, sus inquietudes; se parecían tanto a los de él… Nunca se había sentido tan atraído por alguien. La primera vez que le habló de Gaby ya habían empezado a salir. La presencia constante de su amigo en su vida hizo que un sentimiento parecido al miedo lo atrapara. No quería perderla. Entonces supo que estaba completamente enamorado y que, si ella quería, haría cualquier cosa con tal de pasar el resto de su vida juntos. No tuvo que hacer nada. Ella también lo amaba.

Tom cruzó el vestíbulo hacia el porche trasero, pero antes de atravesar la puerta, se detuvo. Carol y Gabriel estaban hablando en un extremo del jardín.
—Buenos días, Tom.
Sofía, que salía de la cocina, lo había visto parar en seco junto a la puerta.
—Buenos días, Sofía.
Él no pareció sobresaltarse. Se giró hacia ella, y le ofreció una sonrisa franca.
—¿Se puede saber que has hecho con tu familia? ―dijo la anciana, intentando desviar su atención.
—Venían algo fatigados por el vuelo, y han preferido descansar y prepararse para la cena de esta noche.
—Debían haberse quedado aquí, les hubiera resultado más cómodo.
—Gracias, Sofía, se lo agradezco, pero más gente solo le ocasionaría nuevos quebraderos de cabeza. ―Se quedó observándola un instante―… Y  ya parece bastante cansada.
—Eres un encanto. Ven, vamos a sentarnos un rato en el salón. Desde que habéis llegado apenas hemos tenido tiempo de charlar.
Tom pensó que aquel debía ser un sentimiento generalizado. Le ofreció su brazo y volvió la mirada hacia el jardín, antes de comenzar a caminar.
—Estarán poniéndose al día de los últimos acontecimientos —dijo Sofía, refiriéndose a los dos chicos que hablaban fuera—. Ya sabes que son amigos desde la infancia.
Se acomodaron en el salón, y Tom le sirvió un poco de agua de la jarra que había sobre la mesa.
—No tiene que aclararme nada, Sofía —dijo de nuevo sonriendo—. Sé que Carol y él tienen algún asunto pendiente. Creo que es el momento de que lo resuelvan.

Sofía se alegró profundamente de que su nieta hubiera hablado con Gabriel de su prometido. El hecho de que Tom lo tratara con tanta normalidad no hacía sino aumentar su simpatía por él, y le confirmaba que confiaban el uno en el otro. Observó en silencio al chico alto y rubio que tenía sentado frente a ella. Lo había visto en contadas ocasiones pero tenía el pálpito de que era un buen hombre.
—Me alegra ver a mi nieta tan feliz a tu lado.
—Viniendo de usted puedo decir que es el mejor cumplido que puede hacerme.
Sé que ha sido como una madre para Carol. Ella la admira y soñaba con venir a este lugar a celebrar su boda. Me ha contado lo que significa para usted.
—¿Y qué piensas tú de eso? ¿Te parece bien?
—Me parece perfecto, Sofía. Si eso hace feliz a Carol y, por extensión, a quienes la quieren, me parece una decisión acertada.
—Ella empieza a pensar que su padre está organizando una boda algo exagerada.
—Lo sé. Esperaba una boda íntima. Pero creo que quiere demasiado a su padre para decirle nada. —Se quedó pensativo—. Me hubiera gustado complacerla, pero estoy dejando que ella tome la decisión. Su hijo, Sofía, tiene fama de ser muy testarudo, y Carol ha tenido a quien salirle —dijo, riendo.
—Los dos han heredado mi carácter.
Sofía se encogió de hombros y dijo, sonriendo:
—Lamento que ese sea el sello de la familia. ―Cogió con cariño la mano de Tom.
—¿Podrás soportarlo un día más? ―Él la besó en la mano con suavidad.
—Quiero a Carol y, si casarme con ella supone también casarme con su familia, lo haré —contestó, guiñándole un ojo—. Creo que podré soportarlo.
En ese momento escucharon a Carol entrar en la casa y, despidiéndose de la abuela, Tom salió de la habitación en su busca. La pareja cruzó una mirada cómplice y se alejó de la mano.

Sofía se sintió aliviada. Durante un tiempo pensó que su hijo había provocado la separación de Gabriel y Carol para evitar una relación en ciernes. Recordaba con temor su propia historia, y temía que su nieta jamás superara ese primer amor que se vio truncado por la distancia. Sin embargo, había descubierto que finalmente ella había podido elegir, y que había encontrado en otro hombre el verdadero significado del amor.
                               
La cena familiar, en vísperas de una boda, era un acontecimiento ineludible para los Saint-James. Alrededor de la mesa, donde se habían reunido unos veinte comensales, se oían risas salpicadas entre el ajetreo de conversaciones cruzadas. Los familiares del novio habían sido estratégicamente mezclados con la familia de Carol para favorecer las relaciones entre ambos círculos. Era un buen momento para conocerse, ya que, por la distancia, no se había realizado la pedida de mano de manera oficial. El menú, en el que la mayoría de los presentes había participado, estuvo bañado con los vinos de la bodega familiar. Todos ellos selectamente escogidos para la ocasión por el padre de la novia.

Robert Saint-James miró desde un extremo de la mesa a su hija. Parecía feliz. Pudo ver cómo intercambiaba miradas cómplices con Tom. La abuela también los observaba. Martin pensó en cuántas cosas tenía que agradecerle a su madre. Había hecho una gran labor con Carol y reconoció que la alegría que ahora sentía se la debía en gran medida a ella. Sabía que en algunas ocasiones ella no aprobaba las decisiones que había tomado respecto a su hija, pero había sabido respetarlas sin reproches. Intuía que más de uno había calificado de injusta su decisión de mandar a Carol a estudiar a Los Ángeles; sin embargo, el tiempo y la vida habían dado la razón a su sentir de padre.

Cuando se hubo servido el postre, Robert se puso en pie para realizar un brindis.
—Querida familia y amigos:  Es la primera vez que soy el responsable de hacer un brindis en una ocasión así, y debo decir que me siento profundamente emocionado. —La fuerza con la que sujetaba su copa revelaba que ciertamente era así—. Quiero alzar mi copa a la salud de los novios y brindar por su felicidad. Ojalá que todos sus sueños y proyectos en común se hagan realidad. ―Volviéndose a Tom, prosiguió—: Bienvenido a la familia, hijo. Desde este momento ya eres parte de nosotros.  ―Entonces miró a su hija—. Carol, te quiero y verte feliz es lo único que desea mi corazón de padre.
Ella sonreía emocionada.
—¡Por Tom y Carol!
—¡Salud! —brindaron todos.
Cuando se dirigían al salón para continuar la velada, Sofía se adelantó para alcanzar a su hijo. 
—Robert, ¿podría hablar contigo un instante en el despacho?
—Claro, mamá. Vamos —dijo, ofreciéndole su brazo.
—Espera un segundo. —Sofía le hizo una señal a Tom para que se acercase—.  Tom, ¿puedes venir tú también?
Los dos hombres entraron acompañando a la anciana en el interior de la sala y cerraron la puerta tras de sí.

El roce de un beso hizo que Carol saliera de su profundo sueño y despertara. Reconocería aquellos labios en cualquier parte. De pronto abrió los ojos sobresaltada, mirando a Tom.
—¡No puedes ver a la novia antes de la boda! ¡Eso trae mala suerte! —dijo, aturdida.
—Eso lo vamos a arreglar ahora mismo, preciosa ―dijo, tirando de ella fuera de la cama.
Ella seguía adormilada. Miró por la ventana y vio que aún no había luz, y lo que más le sorprendió: él estaba vestido.
—¿Vamos a fugarnos? —dijo, asustada.
Tom soltó una carcajada que tuvo que ahogar para no despertar al resto de la casa.
—¿Después de la que hemos liado con los preparativos? Nos matarían. —Él sostuvo su cara entre las manos y la besó de nuevo.
Carol no entendía nada, y lo miraba atónita.
—Confía en mí —dijo en un susurro—.  Ponte tu vestido. Te espero en el pasillo.

Ella salió enseguida vestida de novia. Tom se había quedado sin aliento. Parecía un hada con aquel vestido blanco anudado al cuello y la falda vaporosa. Una lazada verde oscura anudaba su cintura; igual que la cinta que recogía su pelo hacia atrás.
—¡Los zapatos! ¡No me los he puesto!
Efectivamente, iba descalza. Él pensó que aquel detalle era lo que le daba ese aspecto de ser etéreo. Carol entró a buscarlos. Cuando salió de su dormitorio, el brillo de sus ojos había cambiado. La lucidez de la vigilia le hizo darse cuenta de lo que Tom pretendía.
—¡Oh, Tom!, no puedo hacerlo. ¡Sería una auténtica faena para mi padre!
—Lo que sería una auténtica faena es que despertarais a todo el mundo y os pillaran de esa guisa. —La voz de Robert Saint-James salía del fondo del pasillo.
—¡Papá! ¿Tú sabías…?
—Ya habrá tiempo para hablar en la fiesta, cariño ―dijo, besándola en la frente—. Vamos, chicos, salid ya. Está a punto de amanecer —dijo, apremiándolos.
Tom cogió a la novia de la mano y, saliendo a paso ligero por la puerta trasera, emprendieron la subida hacia la colina. Carol tenía el estómago lleno de mariposas, nunca se había sentido tan feliz. Volvió la vista hacia atrás, reparando en una ventana de la casa, el dormitorio de su abuela, y lanzó un beso en la distancia.

Sofía permanecía de pie detrás del cristal observando cómo los dos jóvenes llegaban hasta el viejo roble. El padre Lucas había sido muy amable atendiendo sus ruegos.
Se sentó en el confortable sillón de su cuarto, y cerró los ojos, perdida en ensoñaciones. Volvía a estar junto a Peter, intercambiando sus promesas bajo aquel enorme árbol. Podía sentir el olor de la tierra y el suave calor de los primeros rayos de sol acariciándole el rostro.
—Peter… —murmuró.
Apenas sonó como un susurro.

2 comentarios:

  1. Que bien se te dan las descripciones, maja!!! Si te llega a tocar un país con más inspiración, nos echas de la liga a la segunda ronda jajaja.

    A ver que nos depara el siguiente... espero que todo menos un entierro jajajaja los masais no entierran a sus muertos, me veo inventando un entierro o copiandolo de otra tribu y dando gato por liebre...

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  2. Felicidades campeonaaaaaa!!!!! ;)

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