martes, 19 de enero de 2016

Híbrido de mal agüero



     La vieja radio del abuelo, agónica, se dejaba morir con las últimas interferencias. Hubo que optar por un trasplante, y mi padre cambió sus tripas por el fuerte latido de un reloj de cuco. Ahora ya no le contaba historias al anciano, pero le recordaba a su dueño que la vida seguía, con el pausado tic-tac de los segundos y el potente «cucú» que anunciaba las horas.
Peor suerte corrió el donante. Mamá no tardó en arrumbarlo en el desván porque, aunque de tanto en tanto dejaba escapar suaves melodías, cada vez que el pájaro salía de su casa era para dar una mala noticia.

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