domingo, 20 de julio de 2014

La última lección





El calor es sofocante en esta habitación. La música hace rato que quedó amortiguada bajo mi pulso agitado; el latido frenético que amenaza con hacer saltar mis venas. Ella sigue ahí, esperando la siguiente partitura. No sé en qué momento mi mirada se desvió hacia su blusa transparente, dejándome adivinar un tatuaje, apenas los vestigios de una flor. El aroma que desprende mantiene mis músculos tensos y agotados los pulmones, que intentan respirarla a esta distancia.
Cierro los ojos, y alejo la visión de su cuerpo, endiabladamente joven, pero mi cerebro se derrite igual que la ropa sobre su piel. La imaginación se abre paso a mordiscos de deseo. 
De nuevo las notas sobre el piano. Se escapan como lenguas de fuego lamiendo su nuca, sus hombros, su espalda. Contemplo extasiado cómo la melodía se enreda en sus manos, descendiendo por su pecho y muriendo entre sus muslos.
La pieza acaba, y mi corazón se detiene. Ella me observa complacida mientras me desplomo sobre el suelo. Satisfecha con su juego, la Muerte, aún desnuda, se aleja entre las sombras. 

2 comentarios:

  1. La belleza del relato compite con la que se intuye en la música que lo inspira. Tan hermosas las palabras como las notas del piano que desgrana, sugerente y magnética, la eterna seductora.

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  2. Si puedo elegir una forma de morir que sea así. Me da igual si encontrándome con la Parca de esta manera, o sumergiéndome en estas palabras tan seductoras.
    Veo que tu jardín sigue adelante, María, ganando en madurez e intensidad. Felicidades.

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