miércoles, 26 de noviembre de 2014

Segundas partes...


El Titanic II esperaba en el puerto, indiferente a los malos augurios. Quien decidió ponerle nombre a aquel mastodonte marino sabía que solo los menos supersticiosos osarían emprender ese viaje. Tendrían que alcanzar un destino que había quedado varado en el tiempo. Algunos, como Miguel, pretendían demostrarse a sí mismos que existían las segundas oportunidades con final feliz. Su matrimonio, esa frágil nave que había zarpado diez años atrás, hacía agua, y estaba a punto de irse a pique.
Con la esperanza de poder reflotar la pasión perdida, decidió ofrecerle a su desencantada esposa una metáfora de su propia vida en forma de pasajes de embarque. Eligió un camarote con el día de su aniversario, un once de mayo grabado en su memoria como el más feliz de su existencia y, como un adolescente enamorado, esperó en la habitación a que ella llegara. 
Nunca lo hizo. Nadie la vio descender por la pasarela y abandonar el barco; pero es imposible ignorar que los acontecimientos siempre van encadenados y, mientras una profunda grieta rasgaba el corazón de uno de los pasajeros, un fallo de soldadura abría una descomunal vía de agua en la bodega del transatlántico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario