miércoles, 31 de diciembre de 2014

El último vuelo




Muy señor mío:

Os informo que, cuando suene la última campanada, habré colgado mis alas. Dejaré, pues, a mis suicidas y a los nuevos emprendedores ejercer su libre albedrío como más les plazca. Quedará a vuestro criterio decidir si buscarme un sustituto.
Yo dejaría la plaza libre por pura curiosidad, porque os puedo decir que es mero hastío lo que me ha llevado a este punto. Pensé que el nuevo milenio aportaría ideas interesantes a los propósitos humanos, pero nada más lejos; ya me aburrí de ser la sensatez de conciencias insulsas.
Así que, esta vez, Raúl no escuchará mi voz animándolo a subir en la bici estática, ni convenceré a María de que este año acabará su eterna novela; tampoco sostendré los pies de Alberto, que cada uno de enero decide tirarse por el tajo de Ronda.
Deseo fervientemente que alcen el vuelo solos; unos caerán en picado, me consta, pero otros olvidarán las banalidades y crecerán. Yo, por mi parte, anhelo encontrarme con todos esos placeres terrenales que mi anterior naturaleza me negó. Os ruego encarecidamente no me detengáis, o me veré obligado a trabajar para la competencia. 
Con sus peores propósitos, se despide atentamente, 

Gabriel

2 comentarios:

  1. Tiene que resultar agotador estar siempre pendiente de que no den un mal paso o se te suiciden los clientes, además con bronca del jefe. Me parece que tiene una perspectiva muy original tu micro, año nuevo vida nueva. Mucha suerte y Feliz Año. Besos.

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  2. Grandioso, Lorea. Brillante. Y sí tiene que ser agotador velar por otros anteponiendo sus deseos y necesidades a las propias de forma continuada por toda la eternidad. Un relato formidable.

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