lunes, 6 de enero de 2014

Venciendo supersticiones


Cuánto había deseado conocerla en persona. Aquella noche debía ser perfecta. La luz de las velas, la conversación animada,  y su sonrisa. Supe que todo se iría al traste cuando, nervioso,  tiré  el salero accidentalmente. Ella, en el mismo estado, derramó una copa de vino sobre la mesa. Pasó sus dedos por el cristal para recoger algunas gotas y perfumar su cuello con ellas.  
―¡Alegría! —Rió, divertida. Cuando, al final de la noche, mis labios probaron el sabor del tinto en su piel, me sentí capaz de superar cualquier cosa. Hasta de pasar por debajo de una escalera. 




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